El testimonio de vidas y muertes alejadas de los grandes acontecimientos dota a la obra de la autora de un genial sentido de lo humano
Qué hay detrás de una muerte? Los demógrafos estiman que, a lo largo de la historia de la humanidad, 109.000 millones de personas han vivido y muerto. Son muchas. Sin embargo, hay muertes que importan más que otras. Si Gavrilo Princip no hubiese disparado contra el heredero a la corona del Imperio austro-húngaro un 28 de junio de 1914, no habría dado comienzo la Primera Guerra Mundial –o al menos no ese día–.
Otras muertes, sin embargo, parecen más insignificantes. Muchos niños de 11 años fallecían en la Inglaterra del siglo XVI, probablemente cientos, o incluso miles. En 1596 murió uno que, casualmente, era hijo de un dramaturgo. Su fallecimiento probablemente habría pasado desapercibido para el resto del mundo si su padre no hubiese escrito una de las obras más influyentes en la historia de la literatura en honor a ese niño muerto: Hamnet.
Maggie O’Farrell tomó como punto de partida este hecho para escribir uno de los libros más aclamados del 2020 –si no el que más–, proceso que repitió en 2022 con El retrato de casada, en esta ocasión con Lucrezia de Medici como muerta protagonista. O’Farrell parece haberse hecho fuerte en el género de la novela histórica, tomando como eje central de sus historias a personajes que, a simple vista, no han sido especialmente trascendentales en el devenir de la Historia con
mayúscula.
La magia de la novela histórica de O’Farrell es que, desde la primera página del libro, conocemos el destino de sus protagonistas:
«En la década de 1580, una pareja que vivía en Henley Street (Stratford) tuvo tres hijos: Susanna y Hamnet y Judith, que eran gemelos.
Hamnet, el niño, murió en 1596 a los once años.
Cuatro años más tarde su padre escribió una obra de teatro titulada Hamlet.»
Maggie O’Farrell — Hamnet
«En 1560, a los quince años de edad, Lucrezia di Cosimo de Medici salió de Florencia para iniciar su vida de casada con Alfonso II d’Este, duque de Ferrara.
Moriría antes de cumplirse un año.
La causa oficial de su muerte sería fiebres pútridas, pero se rumoreaba que la había asesinado su marido.»
Maggie O’Farrell — Retrato de casada
La muerte sobrevuela la obra de O’Farrell, cuya destreza radica en su talento para hacer que al lector le importen unos personajes que sabe están destinados a la mayor de las fatalidades. No parece haber cabida para un final feliz. Un presupuesto radicalmente opuesto al de sus memorias, Sigo aquí, en las que compartió las diecisiete veces que ha estado cerca de la muerte. Sin embargo, la autora ha asegurado que en esta autobiografía buscaba escribir sobre la vida y la supervivencia. Y quizás este deseo subyace también en sus novelas históricas, sobrevoladas por la muerte pero impregnadas de ilusión por la vida.
Atravesadas por la existencia
En ambas obras, las protagonistas son dos mujeres jóvenes que miran el mundo que les rodea desde un prisma muy diferente al de sus coetáneos. Sí, lo que he explicado hasta ahora es un poco engañoso: el protagonista de Hamnet no es el desdichado niño al que se llevó la peste cuando sólo tenía once años, sino su madre, Agnes. Agnes y Lucrezia son outsiders en sus comunidades, lo que ahora llamamos «mujeres adelantadas a su tiempo», aunque a mí no me gusta nada esa expresión. ¿Que una mujer tuviese una personalidad propia que fuese más allá de la devoción por su familia la hacía adelantada a su tiempo?
Creo que calificar la novela histórica de Maggie O’Farrell como feminista es un error. Que las mujeres tengan sentimientos y anhelos profundos no es feminista, simplemente es que tenemos la mala costumbre de dejarnos atravesar por la existencia. A Lucrezia le gusta pintar y es curiosa, pero no ve especial problema en casarse con un hombre que apenas conoce más allá de la diferencia de edad que los separa. Y a pesar de su especial conexión con la naturaleza y sus dotes como curandera, Agnes no deja de ser una madre y esposa abnegada. Ninguna de ellas es especialmente revolucionaria, aunque en ocasiones se cuestionen el porqué de su situación. Posiblemente la mayoría de las mujeres a lo largo de la Historia hayan sido conscientes de su subyugación pero aprendieron a convivir con ella y vivir sus vidas dentro de los límites que les venían ya acotados.
Es aquí donde, en mi opinión, reside la genialidad de O’Farrell. A través de muertes que personas aparentemente insignificantes –la existencia de la familia de Shakespeare suele pasar bastante desapercibida y Lucrezia fue olvidada en los anales del tiempo– encuentra grietas que le permiten asomarse a la vida doméstica, la ternura, la ilusión y la supervivencia, elementos que no suelen ser tenidos en cuenta a la hora de contar la Historia. Y por esto a veces es complicado hablar de la obra de O’Farrell como novela histórica.
Así que, ¿qué hay detrás de una muerte? Para O’Farrell, personas. Y por ello no importa la gran huella en la Historia que puede dejar una partida, sino el instinto de supervivencia, el duelo y la alegría por vivir y haber vivido.

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