El recurso literario y la experiencia de concebir el amor y quien se ama como algo divino
El amor es inmortalidad- no, es deidad.
Love is immortality- no, it is deity.
Emily Dickinson
Una de las ramas más peculiares de la religión cristiana protestante es la llamada Sociedad Religiosa de los Amigos o Iglesia de los Amigos, cuyos miembros son conocidos como los “cuáqueros”. Fundada en Inglaterra durante el siglo XVII por George Fox, se les terminó llamando cuáqueros en referencia a la palabra quake, que en inglés significa “temblor”, descriptor que probablemente referencia las experiencias místicas de los fieles cuando se sentían “conmovidos” por el Espíritu Santo durante sus servicios religiosos. Carecen de un credo establecido u oficial, dogmas de fe, profetas o ritos concretos, y las creencias personales de sus miembros son sorprendentemente diversas. Son, en esencia, un movimiento proto evangélico históricamente pacifista, unido por la creencia de que la presencia de Dios se halla en el interior de cada fiel, formando una “luz interna”, una presencia constante que el creyente debe saber encontrar por sí mismo. Cada uno es su propio sacerdote, pues aquel que desea la iluminación divina no necesita una estructura jerárquica que disponga cuál es, sino que debe hallarla con el estudio individual de la palabra de Dios.
En esta concepción anárquica del desarrollo de la fe destacan los llamados cuáqueros silentes. Son una de las numerosas pequeñas escisiones de esta rama religiosa y se extendieron particularmente en la zona del estado de Pensilvania, en Estados Unidos, debido a las activismo y dedicación de William Penn (1644-1718). El adjetivo silente no es en absoluto una exageración, ya que su ritual de adoración consiste en una reunión silenciosa durante la cual cualquiera de los asistentes, en calidad de portavoz, puede sentirse compelido a ofrecer un mensaje, una declaración o una reflexión que ha obtenido a través de su luz interior, por intercesión divina. Si no es así, reinará el silencio hasta que todo termine.
Por contraintuitivo que parezca, las bodas cuáqueras se desarrollan de la misma manera. Al no tener credo, los cuáqueros no consideran que los novios tengan que “ser casados” por nadie, sino que simplemente acuden ante la congregación para que sean testigos de que la pareja va a unirse en matrimonio, y que va a hacerlo mediante su la autoridad que Dios, hablando a través de ellos, les otorga para decidir con quién desean desposarse. Con plena igualdad entre ambos, la pareja recita unas breves promesas de amor y fidelidad al otro frente a toda la congregación. Después, sentados frente a frente y con los invitados formando un círculo a su alrededor, se miran en completo silencio.
Sin anillos, sin rezos y sin juramentos (algo que los cuáqueros rechazan siempre, ya que su doctrina les exige decir la verdad en todo momento y no ven el sentido a jurar), se miran. Si alguno de los invitados se siente llamado por lo divino a expresar algún voto de apoyo o compartir una reflexión, puede hacerlo. Si no es así, se deja a las miradas de los enamorados conversar. En algún momento de ese silencio sagrado y por su propia potestad, se han casado. Los cuáqueros no malgastan palabras o juramentos vanos en algo tan importante, ¿quién necesita decir nada cuando se puede ver a Dios en las pupilas del amado?
Por excepcional que parezca concebir a Dios como algo inherente a la persona que se quiere, decenas de autores han demostrado lo contrario, acercándose al romance por medio de la mística de la devoción.
Ver a Dios en el otro
La novela Devoción, obra de la escritora australiana Hannah Kent, embarca a sus lectores en un viaje tanto literal como metafórico, ya que se ambienta en una de las numerosas emigraciones por motivos religiosos que se produjeron entre las décadas de 1830 y 1840. Los llamados “viejos luteranos”, seguidores ortodoxos de la doctrina original de la Reforma que se oponían con fiereza al intento de unión de las confesiones calvinistas y luteranas en una única unión de Iglesias Evangélicas, abandonaron Prusia en busca de una mayor libertad para desarrollar sus comunidades de manera acorde a la rigidez de su fe. En este peculiar contexto se conocen las protagonistas de la novela, Johanne «Hanne» y Thea, siendo la segunda una recién llegada al pequeño pueblo prusiano que se dispone a abandonar para siempre las tierras que lo han visto nacer.
Las jóvenes conectan de inmediato. Comparten sus preocupaciones acerca el penoso y eterno viaje que se avecina, su amor por la naturaleza que rodea sus hogares, los paisajes que no volverán a ver jamás, y fantasean con aquellos que les esperan mucho más allá del horizonte, en las lejanas tierras de Australia del Sur. Hanne, una muchacha reservada, solitaria y mirada con desprecio y cierta lástima por algunas jóvenes de la aldea, se convierte en la acompañante inseparable de Thea, quien a su vez se siente fascinada por ella. Pese a que la protagonista tiene una relación muy cercana con su hermano, jamás se le ha permitido una auténtica cercanía emocional, y mucho menos física, con un igual. En su dinámica familiar, la pasión y el amor están reservados para Dios y el cuerpo es sólo un medio para expresar esta piedad, no algo que siente o desea, que anhela el tacto ajeno para sentirse vivo.
Hanne encuentra en Thea algo que nunca ha sido capaz de hallar en su propia familia, algo que nunca ha podido ver arrodillada ante los altares o sentada escuchando los fervorosos discursos de su padre: el aliento de Dios.
Aquella noche no dormí. a cada hora que pasaba recordaba y volvía a sentir la boca de Thea en la mía, la respuesta inmediata de mi cuerpo. El sí, así, recorriéndome igual que la respiración, que el agua, que el espíritu de Dios.
Hannah Kent
Frente a la peligrosa travesía, al futuro lleno de incógnitas, a las insistencias de su madre sobre el matrimonio, una expectativa social que se cierne sobre ella como una prisión, está el rostro de Thea. Sus palabras. Su cuerpo. Hanne no puede comprender por qué sus padres dedican sus vidas a adorar a un Dios cuya presencia ella solo puede sentir cuando está junto a Thea. Reniega de cualquier Iglesia que no sea la que pueden construir ellas dos. En la vida o la muerte, conocerse mutuamente es, para ellas, conocer el credo.
El vínculo que existe entre dos amantes, entre dos amigos, es tan profundamente inexplicable que parece imposible para los autores expresarlo de otra manera que no sea comparándolo con la iluminación divina. ¿Qué es Dios, si no esto?
De manera instintiva, su cuerpo ha adquirido tal sabiduría que poco importa que él sea un desconocido. ¿Es un saber secreto, sagrado e inaccesible, el que los une? Si es así, es un vínculo religioso, similar al que ata entre sí a los miembros de una secta, excluyendo al resto: los profanos, los primerizos, los ignorantes.
Un amor. Sara Mesa
Amarás a (…) sobre todas las cosas
En una de las apasionadas cartas que el poeta romántico John Keats (1795-1821) envió a su prometida Fanny Brawne, le promete que esa misma noche dará la espalda a Dios y será a al recuerdo de ella a quien adorará:
Te imaginaré, Venus, esta noche y rezaré, rezaré a tu estrella como un pagano. El amor es mi religión; podría morir por eso; podría morir por ti. Mi credo es el amor y tú eres su único dogma.
I will imagine you Venus tonight and pray, pray to your star like a heathen. Love is my religion- I could die for that; I could die for you. My creed is love and you are its only tenet.
John Keats
En este instante de su breve vida, Keats se ve abrasado por una especie de locura temporal que le produce el enamoramiento, y se ve capaz de renunciar a cualquier cosa, incluso a aquello que se guarda en lo más profundo de la identidad propia: la fe. Amar es, en este caso, una renuncia en el sentido más extremo de la palabra, pues no se renuncia sólo a cualquier otro, sino que se renuncia a las propias convicciones. En ese amor ha nacido una nueva deidad y su fuerza es capaz de vencer cualquier valor y devoción previos.
¿Qué es el honor, comparado con el amor de quien amas? ¿Qué es el deber, comparado con la posibilidad de volver a estrechar entre tus brazos a tus amigas? ¿Qué es Dios, qué es su gracia o su favor, comparado con las risas entremezcladas de tus amigos, comparado con pasar otra noche más en vela, riendo y susurrando tonterías, comparado con otro beso, comparado con unas últimas vacaciones despreocupadas, siendo dos adolescentes ingenuas, de ojos expectantes y boca insolente?
Thea, antes tu rostro que el rostro De Dios. Antes tu amor, antes tu gracia
Hannah Kent
En uno mismo y en todas partes
Unos y otros comparan al amado con Dios o incluso lo elevan sobre él, pero ambos comparten la idea fundamental de teñir la experiencia del amor de un profundo misticismo. Se envuelve en el olor a incienso y se le otorga la santidad propia de un ritual, como si cada encuentro o cada momento que se reproduce una y otra vez en la memoria fuera exactamente eso, una ceremonia. Es la única manera de intentar digerir el vaivén de emociones que provoca y su intensidad. Paso a paso, elemento a elemento. Como si con una serie de frágiles piezas se construyera la pirámide más endeble de la historia. La prosa intimista de Annie Ernaux expresa perfectamente esta concepción, concibiendo los encuentros con su amante como ceremonias que aguarda con expectación, caminando sobre sus propios pasos una y otra vez en la habitación, mordiéndose las uñas hasta la raíz, aguardando el momento de su llegada, como si con su presencia el tiempo se detuviera y volviera a transcurrir una vez cierra la puerta tras de sí.
11.10h Cada vez más inquieta. El ruido constante de un martillo neumático que no deja oír la llegada del coche. Ese miedo mío antes de la ceremonia, siempre, y no conozco miedo más hermoso.
Perderse. Annie Ernaux
Esta idea, por tanto, eleva las situaciones cotidianas, endiosándolas, trasladando así la santidad a lo diminuto. Una conversación, una risa o una caricia estarán más próximas a la divinidad o incluso se conciben como la materialización de la divinidad porque se han vivido junto a alguien a quien se quiere, no porque en sí mismas sean propias de lo divino. El modo que tenemos de expresar la inefabilidad del amor es dotando sus expresiones y sujetos de una cualidad religiosa, alzándolos sobre lo ordinario, aunque a ojos de cualquier otro se mantendrán siempre en ese plano. Ese lenguaje propio, esas frases que se terminan a la vez, ese universo compartido, ese diminuto credo, vivirá y morirá sólo en la mente de quienes lo crearon.
Toca su piel con los labios y ella se siente sagrada, como un altar. Marianne, dijo, no soy una persona religiosa, pero a veces pienso que Dios te hizo para mí.
He touches his lips to her skin and she feels holy, like a shrine. Marianne, he said, I’m not a religious person but I do sometimes think God made you for me.
Normal People. Sally Rooney
Así es como se llega al momento en el una sabe que escribir sobre el amor es como escribir sobre Dios, porque el enfrentamiento directo es inimaginable. El amor es enorme y uno es, al fin y al cabo, débil y moldeable, y no desea cosas demasiado grandes. La enormidad es indigerible y por eso la procesamos en pequeñas punzadas. No puedes mirar a los ojos de Dios igual que no puedes mirar a los ojos de quien quisiste. Sólo se le puede ver de soslayo: uno de sus libros escondido en la estantería o su última prenda enterrada en los cajones de la cómoda. Es ahí donde reside lo que una vez se tuvo por deidad.
No hay que irse muy lejos para encontrar lo que siempre me pareció lo más cercano a lo sacro, sé que está cerca, sé que está en las risas en la oscuridad de la noche más corta de todo el verano, entre las sábanas frías cuando no nos dormíamos hasta el amanecer, entre las palabras que dijimos y lo que nos quedó por decir cuando nos venció el sueño. Está elevado sobre todos nosotros y sin embargo está al alcance de las manos, porque en dos manos entrelazadas puede sostenerse el mundo si se quiere, como un Dios sostendría el universo. Entre dos manos dándose el apoyo necesario pueden descansar todos los anhelos y pueden disolverse centenares de angustias.
Ni siquiera la condena heredada de la humanidad, la muerte, puede hacer que esta idea se desvanezca. El amor existe por encima de la muerte e igual que Dios, se proclama vencedor ante ella, prevalece inevitablemente, porque es la auténtica distinción entre ambas. Quien no ama, permanece en la muerte.
Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama [a su hermano], permanece en la muerte.
1 Juan 3:14
Bibliografía
- Devoción. Hannah Kent, Ed. Alba
- Poemas escogidos. John Keats, Cátedra Ediciones
- Normal people. Sally Rooney, Ed. DeBolsillo
- Perderse. Annie Ernaux, Ed. Cabaret Voltaire
- Un amor. Sara Mesa, Ed. Anagrama
Dedicatoria
- A todas las personas a las que quiero.

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