La intelectual feminista ofrece en Todo sobre el amor una alternativa para conseguir unirnos contra el vacío y la incertidumbre
bell hooks (1952-2021) fue una importante escritora, intelectual, docente, crítica, académica y activista social. Su influencia en la lucha contra la discriminación, ya sea racial, sexual, de género o clase, ha sido fundamental en los EEUU. Un curioso detalle es que, para hacer primar sus ideas sobre su identidad personal, siempre escribió su nombre en minúsculas. En su obra ¿Acaso no soy una mujer? aborda las dificultades especificas a las que se enfrentan las mujeres afroamericanas por motivos de raza y género. hooks fue una de las primeras voces que comenzaron a destacar que, aunque en una dimensión distinta, los hombres también son dañados por el patriarcado por su férrea idea de la masculinidad. En su libro El deseo de cambiar aborda este concepto de la virilidad, el mandato de esconder sus sentimientos y la necesidad de que también busquen poner fin a las fuerzas coercitivas del machismo estructural.
En Todo sobre el amor, la americana advierte que la única solución posible a la polarización y el enfrentamiento -tanto social y político, como íntimo e interpersonal- es crear una ética del amor: abrazarnos a su fuerza aglutinadora. En aspectos tan aparentemente nimios como la popularidad de la canción What’s Love Got To Do With It de Tina Turner aprecia un cambio de concepción del amor, un desencanto y un giro hacia el individualismo y una ilusoria autosuficiencia. «¿Qué tiene que ver el amor con eso? ¿Qué es el amor sino una emoción de segunda mano? ¿Quién necesita un corazón cuando el corazón se puede romper?» dice la reina del rock, preocupando a la escritora. Su libro, a caballo entre la filosofía, la sociología y la autoayuda, arremete duramente contra el narcisismo, el consumismo y la idea de amor romántico que tanto daño ha hecho.
Los primeros ingredientes indispensables para el amor, según bell hooks, son la claridad y el vocabulario. El suceso amoroso es el gran intangible, el concepto nunca descrito. Dice que «Sin definiciones es imposible que la imaginación se active. No se puede hacer realidad algo que no se ha imaginado. Una buena definición constituye el punto de partida y permite comprender adónde se quiere llegar». Para la estadounidense, amar sería infinitamente más sencillo si compartiésemos colectivamente una misma definición. Tras años y años de búsqueda y reflexión, la intelectual feminista encontró lo que había estado esperando en, El camino menos transitado, un libro del psiquiatra M. Scott Peck. Entonces, el amor es:
«la voluntad de extender el propio yo para favorecer el crecimiento espiritual de uno mismo o el de otra persona […] El amor está en los gestos y conductas a través de los cuales se expresa. El amor es un acto de la voluntad, es decir, que comprende tanto una intención como un acto. La voluntad implica también elección. No estamos obligados a amar. Elegimos hacerlo.»
En esta definición advertimos una clara connivencia con el psicoanalista Erich Fromm a quien la autora cita en varias ocasiones. El amor pasa necesariamente por ser una actividad, se rechaza por completo la idea de que pueda venirnos dado. Quizás el enamoramiento sea incontrolable, pero para crear una relación amorosa es precisa mucha voluntad y entrega, como decía Rilke: «el amor, justamente por ser la suprema felicidad, no puede ser sino trabajo». Siguiendo con lo que establece esta descripción, entendemos de la mano de la autora que, ya que el amor es una actividad que se evidencia en las conductas, allá donde hay maltrato no puede haber amor. La opresión patriarcal muy a menudo hace que, sobre todo muchas mujeres, tengan que buscar concepciones del amor que justifiquen los abusos a los que son sometidas, pero la manera de crecer espiritualmente -como es necesario en el amor- parte de comprender lo que no debe confundirse con el afecto. La negación de este hecho sólo lleva a la perpetuación del daño, «el reconocimiento de la herida se convierte en una bendición, porque somos capaces de ocuparnos de ella, de cuidar nuestra alma, y así luego podemos estar preparados para recibir el amor que se nos ha prometido».
El maltrato es incompatible con el amor, pero no deberíamos confundirnos y pensar que pasa lo mismo con el sufrimiento. Tal y como apunta la autora, en nuestra sociedad muchas personas deciden abandonar relaciones afectivas por el hecho de experimentar un mínimo de dolor. Ante la menor perturbación, huimos despavoridos, acostumbrados a una cultura en la que todos los remedios para nuestras desazones son automáticos. Ya no nos arriesgamos, no mostramos nuestra vulnerabilidad ante nadie porque eso podría hacernos parecer débiles y, en una sociedad que sólo busca el poder, es una cualidad poco deseable. El «imperativo de consumo» prima sobre las necesidades espirituales, confeccionamos nuestro ser -lo que somos- en nuestras posesiones, en lo que tenemos y, aunque consumamos todos los bienes materiales y experiencias del mundo, el vacío no se llenará. Los mayores enemigos del amor en nuestro tiempo son el consumismo y la codicia, ambos hijos del individualismo narcisista en el que estamos inmersos. Toda esta dinámica de consumo estimula el apetito y nos hace rechazar cualquier mínima molestia. Utilizamos a las personas como «objetos que podemos coger, usar y descartar cuando queramos, con el único criterio de satisfacer nuestros deseos egoístas».
Esto está relacionado íntimamente con la idea del amor romántico. El ciudadano promedio es un adormilado idealista además de un consumidor patológico. La autora, doctorada en literatura con una tesis sobre Toni Morrison, destaca que en la novela de esta última, Ojos azules, se identifica esa concepción del amor como una de las más dañinas. Este amor romántico es paradisiaco, carente de esfuerzos, sufrimientos o desencantos. Todo un atentado para nuestra educación emocional porque, demasiado a menudo, amparándonos en esta narrativa, se le da a la mujer el papel de sensible que ha de hacer que todo funcione, mientras que el hombre va «a remolque». Esta pasividad en el amor se ha importado también a las parejas no-heterosexuales, en las que uno de los integrantes adopta el papel femenino y el otro el masculino. El amor romántico es tan ideal que, en inglés, a enamorarse se le dice «to fall in love», caer en el amor. El que cae no tiene voluntad de hacerlo, ha sido un suceso inevitable y fortuito y, por ende, no tiene ninguna responsabilidad. Si sumamos el consumo ansioso con esta concepción del amor como algo fácil e involuntario, el resultado serán individuos profundamente alérgicos al esfuerzo o al sufrimiento. Se nos olvida que:
«El sufrimiento puede ser el umbral que hay que cruzar si se quiere conocer el éxtasis del amor. Quien huye antes de sufrir nunca conocerá la plenitud del placer del amor.»

Decía el psicoanalista Carl G. Jung que «Cuando el amor es la norma, no hay voluntad de poder, y donde el poder se impone, el amor falta». Siguiendo con su análisis sobre los efectos de la sociedad de consumo y el patriarcado en el amor, hooks reconoce que es imposible tener una relación sana si no hay horizontalidad, reciprocidad y comunicación. El problema es que, en el caso masculino, es muy complicado llegar a entablar una verdadera conversación sobre las emociones. El poder constrictor del patriarcado lleva a los hombres a tragarse sus sentimientos, tal es su desconocimiento de los mismos que, muy recurrentemente, padecen de alexitimia; no es sólo que no los exterioricen, sino que ni siquiera las comprenden. En una cultura de poder, rendimiento y beneficios, entrar en el terreno de las emociones significa debilidad, ergo, una actividad reservada únicamente para las mujeres. No es que ellas tengan un nivel de visceralidad y emotividad exagerado, es que a nosotros no se nos está permitido mostrarlo si queremos seguir entrando en el estrecho corsé de la virilidad. En el vocabulario emotivo el hombre padece de afasia, es incapaz de producir los sonidos que le permitirían hacerse comprender.
«¿Y cómo te comunicas con un hombre al que se le ha dicho toda la vida que no debe expresar lo que siente? Los hombres que quieren amar, y no saben cómo hacerlo, deben primero encontrar su propia voz, aprender a dejar hablar a su corazón…, y luego aprender a decir la verdad. Decidir ser plenamente sincero, mostrarse sin máscaras, es arriesgado.»
Ante el consumismo, el patriarcado, la pérdida de valores, el individualismo o el narcisismo lo que propone la feminista estadounidense es extender el amor, colectivizarlo, empezar a relacionarnos bajo una ética del amor. El amor tiene mucho que ver con la fusión, con la comunión, con asimilarse en el sentido biológico de la palabra. El concepto de comunidad está estrechamente ligado a esto. Si hablamos de una actividad en la que se busca el crecimiento espiritual de otro, buenamente podemos aplicarlo a la sociedad en general. Darse a los demás se traduce en un nivel de satisfacción y bienestar incomparable. Si nos adscribiésemos como colectividad a una filosofía de los afectos, la interacción social sería mucho más empática y delicada. La principal razón por la que desconfiamos los unos de los otros es por el aislamiento, por la otredad, por nuestra manía que confabularnos en pequeños grupos de semejantes. Si nos abriésemos, en ademán amoroso, a recibir y cooperar con quienes son diferentes, el miedo al otro desaparecería. La autora repite continuamente durante todo el libro la máxima bíblica: «No hay temor en el amor». Nos invita a sumarnos a la fe, a cultivarla porque «La fe ayuda a superar el miedo. Podemos recuperar nuestra fe en el poder transformador del amor cultivando el valor de luchar por lo que creemos, para asumir nuestras responsabilidades con palabras y hechos».
El libro esconde mil detalles más, pero será conveniente dejarlo para el regocijo del lector que podrá adquirirlo en las librerías gracias a la traducción llevada a cabo por María José Viejo Pérez para Ediciones Paidós. Tenemos que empezar a concebir el amor como sinónimo de cuidado, responsabilidad, justicia y conexión a dos y con todo el género humano. Si psicoanalistas, filósofos, sociólogos e intelectuales de todo corte no ven una solución a los problemas de nuestra época que no pase necesariamente por el amor, debe ser cierto. En todo lo demás nos rendimos al consenso de los teóricos, ¿por qué no hacerlo con los afectos? bell hooks era de todo menos catastrofista. Fue una mujer hecha a sí misma desde un contexto complejo tanto personal, como socialmente. Todos sus años de reflexión, búsqueda, estudio y diálogos en favor de una solución para nuestra separación y vacío espiritual concluyeron en esta obra en la que se nos propone adoptar el amor como una ética y una actividad diaria. Tendríamos que darnos cuenta de que:
«La experiencia del amor o la esperanza de llegar a conocerlo es el ancla que nos amarra a la vida y nos impide ir a la deriva en un mar de desesperación,»

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