Rugosas, porosas, heridas

Published by

on

Pelo brillante, hidratado, nutrido, sano. Scroll, scroll. Rostro reconstruido, regenerado, suave, rígido. Scroll, scroll. Párpados caídos, pómulos poco marcados, mofletes en forma de mofletes, cejas con pelos más allá de la ceja, pestañas cortas, narices anchas. Cada día genero nuevos complejos en torno a pedazos de mi piel que ni siquiera sabía que podían ser leídos como imperfecciones. La solución pasa por buscar siempre una solución. Siempre algo que levantar, que perfilar, que acortar, que alargar. Siempre algo que marcar. Lleno mi cuerpo, esos pedazos de piel, de cremas, de rutinas, de reproches. Señalo ausencias. Aprieto excesos. Lleno mi cuerpo de heridas que supuran un deseo de salud que pasa por enfermar. Lleno mi cuerpo de heridas rasgadas por carencias. 

Pienso todos los días en aquello que escribió Michel de Certeau en La invención de lo cotidiano: “La ley se escribe sin cesar sobre el cuerpo. Se graba en los pergaminos hechos con la piel de los sujetos”. La ley erosiona pieles, amputa corporalidades. La ley, la norma, los fármacos, lo deseable. Pergaminos hechos de piel cubiertos de heridas y carencias. Pergaminos hechos de piel castigada. Miro mi rostro; huecos, asperezas, señales. Mi rostro acneico desde los trece años.  Un rostro acneico al que le he dedicado horas, dinero, desprecio. Mi rostro cicatrizado.

El otro día hablaba con Adrián Masa, redactor de esta revista, sobre que no me quedaban ideas sobre las que escribir. Me recordó que una opción siempre es escribir en contra de las cosas. Me quedé quieta, sin decir nada. Todo lo que me hace manifestarme en contra  son aquellas cosas de las que me resulta imposible huir. Estoy en contra de la productividad desenfrenada y cada día me frustro por no haber hecho lo suficiente, por no poder estar en todo, por no cumplir. Estoy en contra de perder el poco tiempo que tenemos en mirarnos en espejos y buscar partes que reparar, amputar, corregir, sanar. Estoy en contra de sentir siempre una falta, una carencia. Y sin embargo, casi todos los días acabo hablando de mi piel, de sus huecos, de sus marcas. La ley, la norma, muchos tiktoks, muchos tutoriales de YouTube han inscrito en estas cicatrices una carencia; la suavidad, la uniformidad.

Me gustaría poner un aviso de tiempo de consumo establecido superado cada vez que apoyo mis manos sobre mi cara durante más de cinco minutos estirandola hasta que tira para hacer desaparecer aunque sea por un segundo los huecos que la surcan. Me gustaría que pudiera saltarme un aviso de trigger warning cada vez que pienso que mi cara es un agujero, que mi cara es una mancha. Pienso en aquello que escribió Iván Illich para “Le Monde”: “La obsesión por una salud perfecta se ha convertido en el factor patógeno predominante”. La obsesión por una salud perfecta pretende eliminar la enfermedad, cancelar el dolor, solucionar, curar, patologizar, revitalizar pieles y cuerpos.

La concepción del cuerpo como elemento de trabajo y el deseo de hacer la vida más plácida han convertido la marca en enfermedad, lo áspero en algo que extirpar, los cuerpos – siempre los cuerpos- en algo que curar de forma constante mediante la intromisión de fármacos, cremas, prótesis. Vamos a introducir el brillo en tu mirada, en tu pelo, en tus extremidades, por partes. Vamos a diseccionarte por partes, a crearte nuevos complejos, a hablar de pieles enfermas en vez de pieles sobre las que pasa el tiempo, la vida, el humo de esta ciudad, la suciedad de esta ciudad. Vamos a construirte una cara nueva; primero este serum, no funciona. Ahora pinchamos el serum. No funciona. O funciona. Pero te falta brillo en otras partes. Te falta suavidad y por tanto estás enferma ¿no? algo así dice tal marca en no sé qué anuncio. Pero no te dice enferma, te habla de pieles sucias, putrefactas, cansadas -tranquila, tienen un remedio para que no luzcas cansada solo que no pasa por descansar-. 

El cuerpo se repara, se educa, hasta se fabrica. La panoplia de instrumentos ortopédicos y de herramientas de intervención prolifera pues, en la medida en que, en lo sucesivo, se vuelve capaz de descomponer y reparar, de cortar, reemplazar, quitar, agregar, corregir o enderezar

Michel De Certeau

Pienso muy a menudo en el cansancio, igual que pienso en Michel de Certeau o en si este mes me podré comprar mi serum de vitamina C, mi crema hidratante matificante -quiero que mi cara brille pero que no parezca que sudo-, mi limpiador de carbón activo y mi crema hidratante de noche -porque asumo que mi cara necesita unas cosas por el día y otras por la noche-. No hay nadie a mi alrededor que no esté cansada. No hay nadie a mi alrededor que no trate de disimular ese cansancio. Si hablamos de enfermedad, el cansancio es el síntoma. Los rostros llevan el síntoma, los cuerpos, las extremidades. Y luego está la vida, que pasa. Que pasa sobre los rostros y los erosiona. Y me alegra. Me alegra que mi cara me recuerde que el tiempo pasa a través de las pecas nuevas que me salen cada verano, de las pequeñas cicatrices que me recorren el moflete.

No voy a dejar de hacerme la skincare. Me gusta dedicarle a mi cara 20 minutos diarios. Me gusta masajearme la cara durante 20 minutos, protegerme la piel del sol, que las manos me huelan después a frutas o a verano. Me gusta descansar en la rutina, en la repetición, en los rituales. Pero voy a dejar de hablar de mi cara como algo a solucionar cuando realmente no necesita remedios, voy a dejar de comprar todo aquello que se me presenta como un milagro a algo que no lo requiere, voy a dejar de buscar soluciones. Me declaro rugosa, porosa y, de vez en cuando, herida. Me gustaría que mis huecos no tuvieran más significado que la vida pasando. Me gustaría que los huecos de mi cara y de mi cuerpo no fueran algo sobre lo que intervenir. 

Deja un comentario