Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.Inventario de lugares propicios para el amor. Ángel González.
Si los espacios no significasen, podría el Hombre rodar por el mundo como el payaso que anda sobre una pelota de goma, sin caerse. Si no significasen, los espacios, podría irme a morir lejos de mi ciudad, o irme a morir lejos de ti. Irme a morir lejos como quien ha nacido lejos, lejos de nada, porque ningún sitio es su casa y ninguna casa es ya su sitio. Si no significasen, si no estuviesen colmados de esa esencia tan pesada, tan inherente al Hombre, que es el sentido y el concepto; si andar por el mundo fuese como caminar cada día por un espacio nuevo; si los lugares fuesen como hojas repetidas de un cuaderno en blanco y nosotros no fuésemos ya más pluma sobre la piel del mundo, sino un blanco corrector tipográfico que no deja mancha, sino que la quita; si no se colmasen los lugares de cada átomo que nos habita; si uno llegase cada ocaso a la plaza de San Esteban y la viese como quien ve un puerto nuevo, por vez primera; si los lugares fuesen solo lugares y no fuesen nosotros; si los lugares no significasen, si no significasen nada, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino desesperación?.
El claustro es el lugar del remanso. En esta ciudad de Salamanca abundan los claustros. Los regulares y los irregulares, los altos y esbeltos, los anodinos, los extremadamente bellos, como aquel de San Esteban, que tiene un templete en medio para entender más fácilmente que dar paseos peripatéticos es una forma más de orbitar a Dios. El claustro de la Universidad no hace honor a su nombre, tampoco el de la Catedral (sí, sin embargo, aquel sepulcro en alabastro del Arzobispo don Diego, que se encuentra en la capilla de San Bartolomé, con el que tantas veces largamente converso), el de las Dueñas es místico, bien mirado (y nunca más se ha sido: se está siendo porque en su dimensión la forma dura); las Escuelas Menores y Anaya compiten en elegancia y altivez, y quizás de todos solo les gane en esto el claustro de Fonseca, donde uno bien puede embriagarse de vino de belleza, o entrar ya ebrio, dependiendo la ocasión. No han soportado la presión los claustros, hoy todos significan. Cosas lejanas a veces, otras veces cercanas como la muerte misma que a todos nos ronda. En un claustro lejano, quem dicere nolo nomine, me hallaron a mí el camino que une el labio y el alma, y ahora yazgo herido. El claustro es el lugar del remanso y la tristeza, es lugar propicio para el amor.
Las catedrales no son esencialmente distintas. Las hay contundentemente agrias a la vista, sin atreverme a dar ejemplo de ninguna (la de Badajoz, por ejemplo). Las hay a medio hacer, como la de Plasencia, o reduplicadas, como la de Salamanca. También las hay nuevas y viejas. En una catedral puedes sentarte a escuchar misa y pensar en la muerte o en el amor de Dios, también en el amor humano que es parecido al primero, pero algo más doloroso. La catedral de Ávila parece que está sangrando, como si sus piedras estuviesen heridas y goteasen sangre sobre las esculturas de alabastro que Vasco de la Zarza hizo poner en la girola. La catedral de Burgos es muy famosa y por eso siempre está llena de turistas, en la de León hay una gran cruz que recuerda el fratricidio hispánico. La de Toledo es esplendorosa y sale en los fondos de pantalla de las canciones de karaoke para que los embriagados tenores se embriaguen un poco más, de belleza. En la redención de estos heridos pensaría el pobre arzobispo cuando dejó grabar allí un videoclip a C. Tangana. Las catedrales son lugar de remanso y tristeza, lugares propicios para el amor también.
Los puentes no están mal, aunque no se prestan al amor. Solo se prestan cuando están caídos y dejan sus dos muñones a los lados de un río impasible que sigue y sigue cruzando. El simbolismo de la escena es obligado. Los muñones del puente (sendos amantes), el río que cruza como río del olvido que se lleva todo y esas cosas. Muchos puentes podrían estar caídos, como el romano de Salamanca, que la riada de San Policarpo se llevo en el año mil seiscientos veintitantos, pero los reconstruimos para que sigan ahí y no se conviertan en lugares propicios al amor, es decir, en una suerte de heterotopía.
También hay plazas y monasterios, en los que se puede rezar al dios de Amor, o rezar al amor directamente, o donde se puede estudiar en silencio, cosa que las bibliotecas de hoy en día no permiten. Los monasterios son lugares propicios al amor, sobre todo si dan al monte con sus grandes ventanas de madera y sus baños con jabón de manos y secador. Lo son también los charcos y gargantas, porque el agua serrana cuando baja trae las serranillas que desde el siglo XV se quedaron por allí perdidas, perpetuadas por los lugareños a base de leyendas, y por eso el agua serrana es un agua que purifica, porque trae amores líquidos que le bañan a uno la piel y los ojos. Y así, de tanto bañarnos nos quedamos ciegos de cantar. Las librerías pueden ser lugares propicios para el amor bajo 3 presupuestos: 1. Que se encuentren en un pueblo pequeño. Los otros dos presupuestos son tan evidentes que prefiero no decirlos. También hay miradores y cines. Cines donde puedes encontrarte con un director y pedirle que se calle en la película que el mismo ha dirigido, porque la verdad es que no se calla y tú no sabes que está allí ni has ido para verle. Como aquel día que un espectador se quedó dormido sobre el hombro de Mayorga en el estreno de su propia obra. Podrían ser lugares propicios para el amor, aunque estos son menos indicados.
No lo son, lugares propicios para el amor digo, sin embargo, los centros comerciales, ni el MediaMarkt, ni tampoco las comisarías, ni los estadios de fútbol. No lo son las aulas de las facultades ni de los institutos, pero sí los cementerios donde los jóvenes se juntan a leer poemas. Y también es un lugar para el amor aquel epitafio que sobre la piedra quedaba, como esculpido por el tiempo y la erosión del tiempo, y el viento frío (el verso blanco, libre, me indicaba que no era obra de poeta):
Ha muerto acribillado
por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.
El espacio. La conquista del espacio. La conquista de la subjetividad del espacio. Salamanca es de oro y es el sonoro fluir del Tormes bajo el noble puente y es de plata, es luna anocheciente, ágora agonal, primado foro. Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro aprendieron a amar los estudiantes mientras los campos que te ciñen daban jugosos frutos. Quise que Roma fuese Salamanca y Parménides, Diego de Siloé. La palabra conquista el espacio y este el recuerdo. O el recuerdo conquista el espacio. Uno ya nunca sabe. Y luego la muerte lo deja en blanco todo. Ahora que estamos lejos, tú de mí, yo revolviendo la tierra por encontrarme. Las balas me hallarán un día el sitio del corazón. Y preguntaréis por qué no nos habla de los bellos sonetos, de los volcanes y montañas de su tierra natal, de la deidad erotológica en el cancionero cuatrocentista, de estilística y estilismos:
Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!

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