Pastoral americana o el Paraíso Perdido de Roth

Published by

on

En Pastoral americana, Philiph Roth nos muestra  la descomposición del sueño americano con una maestría que no ha sido aún igualada. Todo comienza con la presentación nostálgica del Sueco Levov, una figura legendaria del instituto, prototipo del americano perfecto: esbelto, robusto, atlético, estrella del equipo escolar de fútbol americano, béisbol y baloncesto, ídolo de sus jóvenes compañeros de clase que sueñan ser como él. Pero, ante todo, el Sueco Levov se caracteriza por su natural optimismo hacia la vida y sus posibilidades que es la seña de identidad de la religión americana emersoniana. La voz narrativa que nos habla es la de Zuckerman, alter ego del propio Roth, que profesó en sus años de instituto una absoluta devoción a la religión del Gran Sueco. Resulta que, transcurridos cuarenta años, el Sueco se pone en contacto con Zuckerman debido a la muerte reciente de su padre y le pide ayuda para escribir un panegírico que leer en su funeral, ya que él es escritor. Zuckerman, incapaz de negar la ayuda al ídolo de la infancia, decide acudir a una reunión deseoso de conocer la vida espiritual de aquel hombre que tanto admiró y pensando que el asunto del panegírico debía ser tan solo un pretexto para una mayor revelación. Pero resulta que durante el transcurso de la velada el Sueco no hace más que presumir sobre los logros de sus hijos, evitando incluso el tema del panegírico, y Zuckerman se ve decepcionado por la aparente superficialidad de aquel atleta prodigioso. Un tiempo después acude a una reunión de antiguos alumnos y en aquel baile de nostalgia y de recuerdos traba conversación con el hermano del Sueco, Jerry, quien le informa de que este ha fallecido, además de desvelar un asombroso suceso: al parecer la hija del Sueco, Merry, había puesto una bomba hace unos años como protesta por la política belicista de Estados Unidos respecto a Vietnam y, como resultado de la explosión, había muerto un hombre. Zuckerman entonces se da cuenta de que cuando habló con el Sueco él ya debía estar enfermo, y que, probablemente, hubiese acudido a él para hablarle de aquella hija y no de su padre, pero en el último momento se había arrepentido y por eso había hablado tanto de los méritos de sus otros hijos, precisamente porque seguía abierta la herida de aquel monstruo que engendró. Quería, próximo a la Muerte, revelar a alguien su verdadera cara, las ruinas devastadas del edificio de su vida, en vez de esa perfecta fachada de cartón que mostraba a todos los de su alrededor. Pero Zuckerman había estado ciego, no había podido ver más allá. Y por eso decide escribir una biografía sobre la vida del Sueco, sobre las consecuencias terroríficas de esa bomba en el seno de su familia, sobre la carga siempre callada que arrastra un sinfín de años de interno dolor. 

A partir de estas premisas, Roth construye un magistral relato psicológico sobre los entresijos de una familia, sobre los conflictos entre padres e hijos, tema que en la literatura judía siempre ha sido una gran obsesión (pienso también en Kafka). Y como telón de fondo la decadencia de Estados Unidos, el desvanecimiento de un sueño, la pérdida de un ideal. 

Hay un pathos terrible que recorre las páginas de Pastoral americana. Es la fuerza destructora de civilizaciones que termina con la sociedad desde la familia, con el todo desde las partes. Por eso la tragedia particular de la familia Levov es símbolo y espejo de la tragedia de Estados Unidos. Por eso mismo la bomba que pone Merry termina con su familia precisamente al atacar a su país. No se puede destruir un todo sin dañar a las partes que lo componen. Harold Bloom hace la siguiente brillante observación sobre el arte narrativo de Roth:

Roth es indudablemente judío en su ficción porque el asunto que le preocupa nunca deja de ser el dolor en las relaciones entre padres e hijos y entre maridos y mujeres y, en su caso, este dolor inevitablemente se debe a la incompatibilidad entre las rigurosas tradiciones morales, cuyas expectativas casi nunca pueden satisfacerse, y la realidad en la que hoy vivimos.

El padre del Sueco es el ejemplo perfecto de esta incompatibilidad que señala Bloom. Lou Levov, profundamente judío, más por la fuerza de la tradición que por la comprensión del fenómeno religioso que vive, es incapaz de comprender cómo la tradición moral judía puede sobrevivir o ejercerse en la época en que viven, donde niños son llevados al cine a ver una película donde se explicita una felación. 

A lo largo de la novela se nos explica que algo ha fallado en la progresión generacional de la familia Levov, y también en la americana. Se nos habla de una primera generación, la del padre del Sueco, que construyó todo de cero y luchó duramente por ello, de una generación siguiente (la del Sueco), que retomó lo que habían logrado sus padres y lo mejoró, y por último de una generación (la de Merry) que, teniéndolo todo, lo destruyó todo, quizás por ese sentimiento que tienen a veces las clases ricas de que merecen algo peor. Es muy interesante en este sentido el análisis de Roth de que cuando en una generación donde todo ha sido ya conquistado para su disfrute surge un individuo con una abrumadora potencia (como es el caso de Merry), este individuo, al hallarse en el vacío espiritual que puede ocasionar la plenitud material, convierte su potencia en una fuerza destructora, y su potencial amor ilimitado por el mundo se transforma en un odio injustificado hacia todo lo que representa su estado privilegiado. Una de las tragedias de la historia humana consiste en que las generaciones que han luchado se enorgullecen de haber conseguido abolir para sus hijos la misma lucha que ellos desesperadamente no cesan de buscar. 

Merry, quien padece un tartamudeo desde temprana edad, haya en ese defecto fatal su perdición y la de su familia, cuando tenía todo lo demás, y se convierte en un ser que dedica su energía a odiar amparada bajo la bandera de una causa justa, como siempre ha sucedido en la historia para retroalimentar la violencia y la crueldad. ¿Qué ha salido mal, se pregunta el Sueco, por qué una niña antaño tan dulce ha terminado así, si la hemos querido y nos hemos esforzado enormemente por su bien? La más honesta explicación es que no la hay. Pero quizás se deba a que no pudo resistir la comparación con sus perfectos padres y su vida ideal, no pudo estar a la altura del Gran Sueco y su esposa Miss Nueva Jersey y tampoco pudo, en ese entorno de perfección, lograr alcanzar una identidad propia satisfactoria, lo que explica su tendencia a asumir modos de vida con total intensidad y cambiarlos tras un pequeño tiempo. Este rasgo de Merry se presenta inofensivamente con la imitación de Audrey Hepburn y deriva fatalmente en la asunción de ideas comunistas extremistas que conducen a la bomba y, finalmente, en la adopción de la religión jainista que la lleva a vivir peor que un vagabundo en las cercanías de las vías de tren de Newark. Roth nos muestra así como un defecto fatal que se manifiesta inofensivamente en la temprana adolescencia puede derivar después en terribles consecuencias. 

Si hay una pega que ponerle al libro es el final, algo tibio comparado con lo que cabría esperar tras una gran acumulación de carga emocional. Sabemos, porque se nos dice en las primeras páginas, que el Sueco ha rehecho su vida con un nuevo matrimonio, pero no sabemos que hay entre medias. A diferencia de la bomba de Merry, varios de los grandes conflictos entre los personajes no llegan a estallar. Hay un momento en donde todos se reúnen, pero son siempre las máscaras quienes conversan, no las personas, y el Sueco, único espectador consciente de las mentiras y suciedades tras los rostros, solo puede asistir impotente a la farsa pues tiene también una apariencia que guardar. Ni siquiera ante las más devastadores revelaciones, ni siquiera tras ocurrirle las más terribles crueldades, vemos a este hombre quitarse la máscara de su perfecto optimismo y bondad. El hombre interior se tambalea, pero la máscara es más fuerte que el hombre, y aunque haya una tormenta que por dentro lo devore, sigue diplomática la sonrisa e intacta la expresión de serenidad. Solo en una ocasión pierde los papeles y sale a relucir la furia del hombre que guarda dentro, pero rápido recupera la compostura y el baile de máscaras continúa. También el Sueco está encadenado a una apariencia, a un modelo de vida que le ha hecho grande para la lejana admiración de los demás, pero pequeño e insignificante ante la cercanía de su familia. Y esa es la gran tragedia de su vida: no poder traicionar el ideal que encarna y actuar por una vez con violenta determinación para salvar su entorno familiar. En su lápida podría escribirse justamente: Nunca me equivoqué sino en aquellas cosas que quería.

Pastoral Americana supone ya una novela que se aproxima a la producción de nuestro siglo, si bien desde la distancia de una posición canonizada, pero cuya familiaridad es evidente al lector moderno, que puede trazar paralelismos con otras obras menos ambiciosas, pero que comparten temática, como es el caso de El Libro de los Baltimore de Joël Dicker, donde se nos presenta también una pesadilla resultante del sueño americano a través de un conflicto familiar. Sin embargo, Pastoral americana va mucho más lejos en sus ambiciones literarias, en la complejidad psicológica de los hechos y los personajes, en la riqueza del contexto, en el trazado de los símbolos que otorgan a la obra un terrible eco para las generaciones venideras. La diferencia entre El Libro de los Baltimore y Pastoral americana es la distancia que separa al gran arte de un producto de entretenimiento artístico. Y eso que El Libro de los Baltimore tiene también momentos, por qué no decirlo, de conmovedora belleza y verdad, pero carece de ese pathos indescriptible de las grandes obras, de esa intensidad casi insoportable en la prosa, de una ansiedad por ir más allá. 

Mas, ¿por qué no leer ambas? La novela de Dicker puede servir como una estupenda puerta de entrada hacia Roth para el moderno lector, y eso, hemos de reconocerlo, es ya un triunfo mayor. 

Deja un comentario