Una bella historia en la que el deseo y el alma se unen para toda la eternidad
Cuenta Apuleyo en Metamorfosis – o El asno de oro como sostiene San Agustín que se titulaba la obra – que hubo en los confines del mundo griego unos reyes con tres hermosas hijas. Sin embargo, la más joven de ellas, Psique, aventajaba en belleza, no sólo a sus hermanas, sino a cualquier mujer que jamás hubiera sido vista. Tal era su impactante encanto que los pobladores del reino olvidaron a Afrodita y casi se podría afirmar que rendían culto a la muchacha. La diosa, conocida por su irascibilidad, furiosa ante la osadía de los hombres que adoraban a una simple mortal en lugar de glorificarla a ella, la diosa de la belleza, encargó a su hijo, Eros, que utilizase sus poderes para hacer que Psique fuese tomada en matrimonio por el varón más espantoso que hubiera en el mundo.
Aunque Psique era extremadamente bella, esa hermosura no le trajo ninguna felicidad. Los hombres, acobardados por lo inalcanzable de su belleza, no se atrevían a pretenderla. Preocupados por esto, sus padres acudieron a Delfos, al Oráculo del Dios Apolo, para que predijera el futuro de la joven. La sentencia fue terrible: Psique se casaría en la cima de una montaña con un monstruo de otro mundo. Una vez aceptaron este horrible sino, los padres, acompañados por el pueblo, acompañaron a la joven hasta la montaña y allí, entre una inmensa pena, la abandonaron a su suerte. Céfiro, el viento del oeste, fue el encargado de elevar por los aires a Psique y depositarla suavemente sobre un valle de pastos floridos.

La muchacha, que había quedado dormida, se despertó en su nuevo hogar y descubrió un inmenso palacio de extremado lujo. Del interior de este, surgieron unas mujeres de servidumbre que la invitaron a entrar y llamaron ama. Al anochecer, Psique se acostó en su lecho y, en la oscuridad, apareció su esposo. En la penumbra no podía verlo, de hecho, no podría contemplarlo nunca, porque de ser así su unión se evaporaría para siempre. Pese al presagio del Oráculo, aquel marido no parecía tan monstruoso, tenía una voz dulce y trataba a su esposa con delicadeza, haciéndola sentir reconfortada y plena.
Pasaron las semanas de agradable idilio, durante el día Psique campaba a sus anchas por el palacio y, al caer la noche, su esposo se reunía con ella en el lecho conyugal y la amaba de manera emocionada. Pero la joven, angustiada por la preocupación que sentiría su familia al desconocer su paradero, le pidió que le permitiese volver a casa únicamente para tranquilizarles y contarles toda la alegría que su matrimonio le estaba inspirando. El marido, tras advertirle del peligro que corría su unión si alguna idea nacida de mentes envidiosas entraba en su cabeza, le dio su permiso y Céfiro volvió a dejarla en la cima en la que la había encontrado.
Desde allí, caminó hasta su antiguo hogar y fue recibida con amplio gozo. Al contar a su familia que, contra todos sus pronósticos, se encontraba fantásticamente bien y adoraba su vida conyugal, sus hermanas comenzaron a temblar de envidia y, justo cuando les contó que no había podido descubrir la identidad de su marido, estas aprovecharon para verter en su cabeza inseguridades. Le dijeron que seguramente su esposo era un terrible monstruo, como había dictado el Oráculo, y que debía acercarse a él en la noche y contemplar su rostro pues, tan sólo una criatura horrenda querría ocultarse.

Esa misma noche mientras su marido dormía, siguiendo las sospechas que sus hermanas le habían inspirado, Psique se acercó a él con una lámpara de aceite dispuesta a descubrir su apariencia. Cuando, contra todo pronóstico, se dio cuenta de que no era un terrible monstruo, sino un joven adolescente hermoso, tembló y una gota de aceite hirviente cayó en la frente de su marido, que no era otro que Eros, el Dios del deseo. Al despertarse y comprobar que su mujer le había traicionado, el hijo de Afrodita escapó del palacio.
Al enterarse de la traición de su hijo, Afrodita, entró en cólera y se hizo cargo de Psique. Le ordenó a la joven una serie de pruebas para expiar su falta. En la última de las pruebas, debía bajar al Hades para conseguir un poco de la belleza de Perséfone y guardarla en una caja negra. Ignorando otra manera de acceder al inframundo, Psique subió a una alta torre y se dispuso a lanzarse de ella. Antes de que saltara, una voz suave se reveló para aconsejarle otra ruta alternativa para llegar. Además de eso, le indicó que para su viaje llevara dos monedas de oro que habría de darle al barquero Caronte y dos pasteles para engañar a Cerbero. Al llegar hasta la morada de Perséfone, conmovida por su mérito, le concedió el favor.
Mientras salía del inframundo, Psique se sintió tentada de coger un poco de esa belleza para sí, convencida de que Eros volvería a su lado si la viera. Sin embargo, de la negra caja salió un «sueño estigio» que causa una profunda amnesia. Eros, que había seguido de cerca a Psique y era la voz que la ayudó en la torre, se lanzó raudo hacia ella y, con un emocionado beso, limpió el sueño de sus ojos y le devolvió la consciencia. Tras haber cumplido Psique todas sus pruebas y una vez reunidos los amantes, Eros le solicitó a Zeus y a Afrodita el permiso para unirse oficialmente como esposos. Así, el rey de los dioses le dio a comer ambrosía a Psique, haciéndola inmortal y permitiéndole vivir en el Olimpo junto a Eros durante toda la eternidad.

Ya fuera del mito en sí, aunque no tan alejados, otras narraciones nos cuentan que de ese matrimonio nació una hija que llevaba por nombre Hedoné. Es decir, traduciendo todos sus nombres al castellano, de la unión entre el alma (Ψυχή) y el deseo (Ἔρως) nació el placer (Ἡδονή). A su vez, podríamos comprender que lo que Eros representa, figurativamente, son los sentidos, el anhelo físico, la apariencia, ergo, el cuerpo, y, por su parte, Psique se refiere a la mente, a la esencia del ser, a, como su etimología nos refiere, el suspiro que abandona el cuerpo cuando se muere. El placer deviene no sólo de lo corporal y erótico, sino de su unión con lo espiritual o psicológico.
Son la envidia y los intereses de terceros los que llevan a Psique a perder su relación con Eros en primer término, pero, aun así, ella persevera y trabaja para probar su amor. Es capaz de conseguir completar las pruebas de Afrodita por la fuerza interior que le lleva a querer volver a su lado e, incluso cuando vuelve a fallar, el ejemplo de su voluntad ha emanado una energía tan potente que, sin demorarse ni un segundo, Eros vuelve para ayudarla. Con su beso el Dios salva a Psique y, a su vez, materializa una unión que partía de ser una maldición, se hizo idílica, se perdió por el camino y, al final, mediante el áspero trabajo del amor, se volvió eterna.

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