No quedan días de verano

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«A pesar de todo, el verano llega, pero sólo para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, como si ante ellos se extendiera la eternidad».

Rainer María Rilke. Cartas a un joven poeta.

Cuando empecé a escribir este artículo y pedí ser publicada a finales de septiembre pretendía con ello extender el verano (mi verano) lo máximo posible. Poder pensar sobre él durante 3 meses completos me daba la posibilidad de experimentar todas sus texturas, las noches cálidas y las mañanas tiritando de frío, la sal del mar entre mis labios, la lluvia correteando por la espalda, la playa. Quería hablar del verano no sólo como una estación llena de luces, sombras y momentos en horizontal, sino como un anhelo, un deseo, y una permanente nostalgia. Y para eso había que vivirlo.

Durante estos últimos 3 meses, he conversado con amigas y conocidos sobre el verano. Me he dedicado a leer artículos, columnas de periódicos, poemarios, libros, he visto películas y escuchado canciones que, de alguna manera, narraban y se instalaban en esta estación.

Como todos sabemos, el verano es una de las cuatro estaciones climáticas en las que se divide el año. Esta ocurre del 21 junio al 21 de septiembre en el hemisferio norte, y del 21 diciembre al 21 de marzo en el hemisferio sur. Empieza con el solsticio de verano, cuando la cantidad de horas de luz es máxima y se caracteriza climáticamente por todo lo que ya conocemos.

Sin embargo, del verano se han dicho cosas más importantes y punzantes de las que la naturaleza misma ha sido capaz de enseñarnos.

La división del año en cuatro estaciones nos hace plantearnos directamente la idea de que vivimos en dos tiempos. Por un lado, está el lineal, aquel que representa la sucesión de minutos, horas, años. Podríamos decir de él que este es un tiempo que avanza, siempre hacia delante, un tiempo que mira hacia el futuro. Y, por el otro lado nos encontramos con el tiempo en horizontal, el tiempo de la repetición, de la nostalgia, donde encuandramos las cuatro estaciones en las que dividimos el año.

Este tiempo circular nos da una falsa sensación de retorno y, a su vez, de certeza y control sobre lo que va a acontecer. Nos asienta en un marco simbólico concreto. Pensamos en las estaciones, y en nuestra mente, no dejan de aparecer imágenes específicas.

Si bien es cierto que todas las estaciones tienen su poética, sus ritmos, su lenguaje, y su campo semántico, el verano es probablemente la estación donde todo ello se intensifica.  Dice Joan-Carles Mèlich que «el verano es un modo de ser del tiempo humano, un trozo de tiempo, una organización del tiempo con la que cada año nos encontramos».

“El verano es un tiempo de espera, porque es en este tiempo que esa condición deseante se palpa de forma más intensa. El verano es el tiempo que antropológicamente está dedicado a cumplir una espera, a culminar una espera”.

Joan-Carles Mèlich

Está claro que los seres humanos somos cuerpos en contextos, en situaciones, en relaciones, en narraciones. Volviendo a Mèlich, este dice que “la espa­cio-temporalidad es estructural a la vida humana”. Esto significa que existir es habérselas con un espacio y con un tiempo concretos, históricos, biográficos; existir consiste en organizar y desorganizar ese tiempo y ese espacio, es dividirlo y clasificarlo.

Por ello mismo, habitar el verano viene acompañado de ciertas maneras de estar y de relacionarse con la estación. Socialmente, hemos construido, ya sea a través de costumbres o mediante la cultura formas de pensarlo. No es de extrañar que haya inmensas producciones culturales, ya sea cinematográficas, musicales o poéticas, que aborden el verano en alguna de sus facetas. Y recalco la expresión en alguna de sus facetas porque el verano, queridos míos, está lleno de huecos, de sombras, de despedidas, de muertes súbditas, de golpes de calor, de barcos naufragando en la deriva, de horas mal pagadas, de turismo masivo, de soledades y amores fugaces.

«Mientras el mundo lidiaba afuera con aquel verano/ nosotros nos sentíamos pequeños héroes trágicos/ ellos los sanos afuera su agosto inmutable/ nosotros dentro, pero dentro de qué«

Javier Vicedo Alós

EL VERANO COMO DESEO

“Qué quieto está el jardín .

Ninguna brisa ondula el cerezo silvestre;

el verano ha llegado.

Qué quieto está ahora que la vida ha triunfado

Louis Glück

Enciendes la radio, suena «39 grados» de Quique González y tarareas junto a él: «otro verano de periódicos flacos y asesinatos en cadena (…) la luna se derrama los sábados como la espuma de cerveza.» Ha llegado septiembre y parece que tu corazón se ha encogido un poco. Todavía no te atreves a sacar las botas del armario, pero ponerte sandalias te parece un total acto de rebeldía. Enciendes tu cámara digital, observas las fotos, observas a tus amigos: todos morenos, todos en tirantes, todos sonriendo. Un tímido escalofrío recorre tu cuerpo. Abres Instagram en tu móvil. Está plagado de vídeos y «recaps» de estos últimos meses. Sin embargo, de alguna forma, exceptuando algunas sutilezas, todos parecen haber vivido el mismo verano.

Las redes sociales están llenas de fiestas, viajes, playas, amigos, cervezas, atardeceres, comidas. Seguramente algún voluntariado, probablemente algún Interrail.

Te llega un mensaje al móvil de tu amiga María: «qué feliz he sido este verano con vosotros, chicos, que ganas de que vuelva junio de nuevo.«

Este mensaje lo hemos recibido muchos de nosotros. ¿Por qué esperamos tanto el verano? La respuesta creo que está clara. Sabemos que será aquel momento del año en el que –supuestamente– vamos a suspender el deber y va a irrumpir el deseo. Uno podrá ocupar el tiempo estival en lo que desea y no en lo que debe. De esta idea han surgido grandes éxitos cinematográficos como Mamma Mia o Dirty Dancing, así como obras más clásicas como Vacaciones en Roma o la mayor parte de la filmografía de Éric Rohmer.

Sin embargo, esta concepción probablemente sea bastante utópica. Son numerosas las veces en las que el deber es tan poderoso que coloniza el deseo. ¿Podríamos hablar entonces de «verano» para todos? ¿Viven el verano los camareros con sus jornadas abusivas y sus bajos salarios? ¿Los barrenderos que trabajan a las tres bajo un sol de 40 grados? ¿Aquellos que reparten comida a domicilio a cualquier hora del día por escasos euros? ¿Los conductores de Bolt, de Uber, que te llevan al aeropuerto para que cojas un vuelo a Singapur? ¿Qué es para ellos entonces el verano?

«Quisiera que el verano sea en mí tan perfecto como afuera, llegar al olvido de esperar siempre. Pero no hay verano sin alma. Uno mira el que pasa en tanto uno permanece en su invierno«.

Margarite Duras, La vida tranquila.

LA POSIBILIDAD DE ABURRIMIENTO

Otra de las habituales características que se asocian al verano es la posibilidad del aburrimiento. Este concepto es a menudo visto de forma negativa, pero en realidad puede ser un espacio fértil para la creación. El aburrimiento puede considerarse una experiencia del tiempo, un estado que nos confronta con la lentitud de su paso. Dice Joan-Carles Mèlich que «El aburrimiento muestra una relación antropológica fundamental con el tiempo». Es un sentimiento del tiempo, una vivencia de un tiempo largo, un tiempo que no pasa al ritmo que consideramos tendría que pasar para que la vida fuera interesante.

A pesar de que nadie nos dice exactamente qué debemos hacer en verano, este periodo no debería ser el tiempo del deber sino del deseo. Sin embargo, vivimos rodeados de una presión sutil, en la que el «no hacer» parece estar castigado. Algunos se insertan en la dinámica de seguir produciendo, de seguir mejorando, como máquinas que deben ser constantemente actualizadas. Entonces, utilizamos el tiempo de descanso para hacer todo aquello que no podemos hacer en el resto del año: aprender un idioma, tocar un instrumento, leer X número de libros, ver X películas, hacer curso, visitar ciertos lugares…

Junto con esta idea ligada a la productividad, del «hacer por hacer,» aparece otra, que a veces niega la anterior y otras la refuerza: la idea de vivir un verano «fotografiable». Un verano instalado en la perfección, en la aventura, en la felicidad constante. Un verano publicable, instragramable, deseado, envidiado. De ahí que el aburrimiento se haya convertido en el gran peligro que nos invade. En una sociedad expuesta, en la que buscamos la mirada del otro para que nos afirme, para que nos otorgue existencia, el aburrimiento se convierte en un fracaso, una frustración. Escoger no hacer nada es constantemente objeto de juicios. Para muchos, este tiempo se vuelve problemático, incierto.

Y yo, su hijo, aunque nacido en verano,

y enamorado del verano, aun así

me siento más a gusto cuando caen las hojas.

Muchas veces los días de verano parecen

símbolos de una felicidad perfecta

que no puedo soportar: Debo esperar

un tiempo menos audaz, menos rico, menos claro:

Un otoño más apropiado.

Philip Larkin

LOS VERANOS DE LAS SOMBRAS

«El calor del verano está matando todas

nuestras flores

(…)

Nosotros resistimos todavía a la sombra/ y encontramos en ella/ una forma violenta de sosiego/ El calor nos enturbia/ El sol nos ralentiza/ El verano ha viciado nuestro tacto/ crecemos cada uno en un lugar opuesto de la casa».

Rosa Berbel

El otro día, escuchando la radio descubrí a Javier Vicedo Alós y su poemario “Interior Verano”. El primer poema que leí de él y que transcribo aquí mismo me dejo fascinada.

VERANO 2001

«Vino aquel verano para vivirse rápido/ el aire alrededor de las cosas entró en su erupción/ por primera vez el dinero las firmas aprender un oficio/ de mí recuerdo pocas cosas

Cruzar la ciudad en moto las huertas discutir sin transición nuevos amigos nuevas noches nadábamos en el mar hasta que los músculos dolían marta adriana maripaz una emoción encima de otra solapándose iniciaban las mañanas muy temprano música distorsionada/ todo parecía estar más vivo

Roberto se mató antes de que terminara septiembre/ en el atestado el doble de la velocidad permitida/el 13 de agosto yo ingresaba por coma etílico/ ¿javi puedes escucharme javi?

Nunca nadie me ha vuelto a hablar tan lento como entonces
Deteniéndose, susurrando marcando cada sílaba con vocación / aquella enfermera intuía quizás sabía/ la velocidad no es la vida sino su reclamo o trampa»

Javier Vicedo Aldós

No sabría muy bien explicar por qué, de pronto, sentí la urgente necesidad de comprar el poemario. Quizás fue por la manera en que habla de la grieta, de la herida, de ese momento en el que sentimos, al fondo del pasillo, un pequeño crujido en la madera que nos avisa de que algo no está del todo bien. A lo largo de la obra, las palabras parecen querer romperse a medida que sus versos avanzan. Y con ellas nos rompemos nosotros también, si es que no estábamos ya lo suficientemente rotos.

El poemario aborda varios temas pero si tuviese que destacar uno en concreto, sería la exploración de la otra cara del verano. Esa cara que muchos vivimos, en la que sufrimos en silencio, intentando ocultar nuestro dolor con un ridículo bronceado y un par de sangrías los viernes por la noche.

A veces parece que olvidamos que, en verano, la gente también muere. Que los accidentes de tráfico aumentan. Que aquel vecino falleció una madrugada a las seis, desviándose de la carretera. Que a la prima de tu prima le diagnosticaron cáncer el 7 de agosto. Aquí va un dato: entre el 20 de junio y el 22 de septiembre, 19 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas. Esas cifras representan más de la mitad de los 35 feminicidios registrados en lo que va de año. Los datos muestran que julio y agosto son los meses más cruentos en términos de violencia machista, con 136 y 120 víctimas mortales desde 2003, respectivamente.

A su vez, también hay violaciones en verano. Todos los días, todas las noches. Las sufren niñas, niños, jóvenes, ancianas. Pienso en la película How to have sex, que narra la historia de unas adolescentes que se van a vivir el primer verano sin sus padres. Pienso en la película y en cómo esta ofrece el contrapunto prosaico y brutal a esta idealización romántica de la búsqueda de libertad, alcohol, fiestas y sexo. Pienso en Tara y en las sistemáticas y repetidas violaciones que sufre.

Pienso también en nosotras y en las manos que nos han tocado donde no deberían. Pienso en la culpa que sienten los cuerpos que se palpan sin consentimiento. Pienso en el baboso de turno que siempre está en el bar de confianza, pienso en el chaval de 25 al que le pareció buena idea besar a una niña de 14 años en las fiestas de tu pueblo.

Pienso también en Aftersun y en aquellos veranos que, sin saberlo, fueron los últimos. Pienso en lo complicado que debe ser sufrir en la estación donde parece que la diversión es obligatoria. Pienso en las personas que llevan años sin pisar una playa porque se avergüenzan de sus cuerpos, porque una vez nos dijeron que debíamos hacer la operación bikini y adelgazar 5 kilos para poder llevar minifalda. Pienso en todas las aristas y complejidades de esta estación, en cómo acentúa ciertos miedos, ciertos dolores, ciertas angustias, y recuerdo entonces un poema de Blanca Varela que dice así:

«El verano trae lo perdido/ el mundo es esta calle de fuego/ donde todas las rosas caen y vuelven a nacer/ donde los cuerpos se consumen/enlazados para siempre/ en lo más negro del verano.

En un rincón del jardín/ bajo una piedra canta el verano.

En lo más negro/ en lo más ciego y blanco/ donde todas las rosas caen/ allí flota tu rostro/ fantasma/ terrible a mediodía».

Blanca Varela

Con este artículo quería exponer, de alguna forma, todas las caras del verano que yo conozco, ya sea por allegados, conocidos, gracias a la ficción o a mi propia mirada. La intención es recordar que no existe una única forma de vivir el verano, más allá de estar en él de la mejor forma en la que podamos.

Aquí os dejo una playlist que he hecho específicamente para este artículo. He intentado que las canciones muestren o ejemplifiquen, de alguna manera, todas las formas de ser y estar en verano.

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