¿El amor no se explica? ft. Roland Barthes

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«hay siempre, en el discurso sobre el amor, alguien a
quien nos dirigimos.»

Fragmentos de un discurso amoroso – Roland Barthes

Normalmente, para escribir uno de mis frecuentes artículos sobre el amor – ya sea de la mano de Ortega, Bauman o Fromm – leo y releo el texto, busco bibliografía adicional, trazo laberintos de apuntes y mapas conceptuales, trato de añadir una visión actualizada del asunto, pero con este no va a ser la misma historia. Recojo con orgullo el sobrenombre de «Doctor amor» bajo el que me han ungido diversas amistades, consciente de que, a menudo, es conveniente que el Doctor sea el que menos sabe acerca de lo que habla. Ni siquiera he terminado de leer Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes y, aun así, me atrevo a comenzar a hablar de ello. De hecho, planeo hacer varias monografías sobre las definiciones más jugosas del libro, algo así como un vocabulario amoroso según el francés.

Roland Barthes (1915-1980) fue una eminencia en el complejo y, a menudo, olvidado mundo del lenguaje. Su actividad se extendió hacia la crítica literaria, los estudios culturales o la filosofía del lenguaje. Se destacó por aplicar un enfoque interdisciplinar a su metodología, pero, en esencia, si en algo despuntó fue en el campo de la semiótica, es decir, la técnica dedicada al estudio de los símbolos y sus significados. Uno de los aspectos que le valieron a este intelectual el respeto y la autoridad que cosechó fue cambiar el paradigma crítico, empezar a considerar que una obra de arte debe analizarse desde la perspectiva del lector y no de la mera biografía de su autor.

En Fragmentos de un discurso amoroso, Barthes analiza cómo el amor, que es una experiencia humana, se construye necesariamente a partir del lenguaje. Se centra, partiendo de la base de que el discurso conforma la realidad, en comprender la manera en la que el sujeto amoroso, es decir, el amante, sufre y experimenta el amor teniendo como herramienta y como frontera las palabras. No trata de organizar una teoría amorosa o, para decirlo de una forma más erudita, una descriptio amoris en toda regla, sino que analiza situaciones o sentimientos en particular y cómo estos se conjugan influenciando al amante. No hay un análisis técnico, sino una intromisión profunda en la subjetividad del sujeto amoroso, que es la única manera de llegar a decir algo en estos temas.

El amor es caótico por naturaleza, si no fuera así no llevaríamos más de veinticinco siglos – y en mi caso más de media docena de artículos – tratando de comprenderlo. Siguiendo la etimología de esta palabra, entendemos que, tal y como lo concebían en griego antiguo (χάος), el caos es un abismo, una especie de grieta inabarcable para nuestro razonamiento: un vacío. Todo ello puede resumirse en que algo caótico debe ser necesariamente negativo, pero no deberíamos olvidar que el universo en su conjunto se originó a raíz de ese caos inicial. El caos – sinónimo del amor – es la incertidumbre total, el desconocimiento más profundo, pero, a su vez, es el primer paso, la mano que se extiende aun sin saber si será correspondida, es la condición esencial de todo cuanto podrá regalarnos la existencia.

Si me ha impactado tanto esta obra, hasta el punto de atreverme a escribir sobre ella sin apenas haber llegado a su ecuador, es porque Barthes no pretende explicar el amor, incluso podríamos aventurarnos a decir que ni siquiera lo cree posible. En cambio, se decide a compartir con nosotros sus dificultades y contradicciones lingüísticas, porque, pese a que muchos se nieguen a admitirlo, toda relación, sentimiento o experiencia humana es, por definición, parte del lenguaje. Las palabras, máximas responsables en la creación de las civilizaciones humanas, llegan en materias emocionales a fallarnos y causar consecuencias desastrosas, es por ello que resulta más conveniente estudiarlas a ellas que al propio amor. Anhelo, celos, espera, ausencia, etcétera, son algunos de los términos que el crítico analiza, pero no son en el que nos centraremos en este artículo.

Comprender

El amor es, como hemos dicho, caótico, pero además es subjetivo, irracional y movilizador. Es contundente hasta el punto que tanto la desgracia como la felicidad amorosa son capaces de zarandear nuestro ser y demolernos por completo, es, aún a tantos siglos de distancia de la mitología clásica, una fuerza incomparable que nos posee y moviliza (¿secuestra?) haciendo añicos nuestra capacidad para oponernos a sus deseos. Expuesto a esa pulsión que le supera, el ser humano siente la imperiosa necesidad de comprender qué le ha sucedido, qué es esa sensación que le hace salir de sí mismo. A día de hoy la tan avanzada neurociencia nos dice que si queremos aliviar una molestia mental, la mejor manera es comprendiendo sus razones. Algo que ya nos había contado Baruch Spinoza en 1677: «El sentimiento que se convierte en sufrimiento deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa de él». Por lo tanto, si nos encontramos angustiados ante el desconocimiento de aquello que nos hace perder la razón, necesitamos comprenderlo. Veamos qué nos dice Barthes:

«COMPRENDER. Al percibir de golpe el episodio amoroso como un nudo de razones inexplicables y de soluciones bloqueadas, el sujeto exclama: «¡Quiero comprender (lo que me ocurre)!».»

Tampoco es que esta pequeña definición nos dé mucho de donde tirar, pero sigamos insistiendo. El crítico francés advierte un aspecto fundamental, nos dice: «estando dentro [del amor] lo veo en existencia, no en esencia». Es casi imposible hacer un mapa del bosque sin salir de él, resulta más útil sobrevolarlo o estudiarlo vía satélite. Mientras uno se mantiene bajo el comando de Eros, es incapaz de definir por completo lo que le pasa, simplemente puede contar cómo siente lo que le sucede. Para definir el amor es preciso salir de él, pero ¿quién en su sano juicio abandonaría el amor por pura topografía? Además la dificultad es doble, porque el ser humano, como sujeto amoroso per se, es categóricamente incapaz de definirlo, puesto que es, en esencia, parte de ello, no puede escapar. Podríamos definir nuestros componentes en: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno y amor. Es parte constitutiva tanto de nuestra existencia como de nuestro lenguaje. Nos lo revela Barthes:

«Aquello de donde yo quiero conocer (el amor) es la materia misma que uso para hablar (el discurso amoroso).»

Es en esa contradicción, en esa frontera fáctica, en la que nace nuestra desazón, nuestra incapacidad de reflexión científica. Soy capaz de pensar, de reflexionar y tantear mis definiciones, pero jamás llegaré a hacerlo racionalmente, a escapar de mi subjetividad, simplemente no puedo llegar a definir el amor como se hace con un concepto externo, puesto que todas las herramientas que tengo a mi alcance son parte indispensable de aquello que quiero teorizar, no puedo definir si no consigo contrastar.

«Ciertamente se me permite la reflexión, pero como esta reflexión es inmediatamente retomada en la repetición de las imágenes no deriva jamás en reflexividad: excluido de la lógica (que supone lenguajes exteriores unos a otros), no puedo pretender pensar bien».

De esto podemos concluir que cada pequeño intento de describir el amor, de explicarlo o comprenderlo no es, en realidad, lo que se propone ser. Cada argumento, cada reflexión, artículo periodístico o metafórica ficción que pretende alcanzar su significado es un ejemplo de amor y no de su definición. A lo único a lo que soy capaz de llegar tratando de contarles qué es amor – a riesgo de caer en repeticiones -, es a expresar el mío, Amor en mayúsculas, como continuo insorteable. Tal y como dice el poeta Juan Antonio González Iglesias: «Soy yo, porque no hay ni una sola sílaba que esté libre de amor, no hay ni una sola sílaba que no sea un centímetro cuadrado de mi piel». Mis esfuerzos teóricos, cada bibliografía consultada, cada testimonio o enfoque filosófico que vengo empleando me mantiene en el mismo lugar, no me acerco a esclarecer qué es Amor, sino a evidenciar más el mío, lejos de alcanzar la objetividad aséptica, sólo consigo expandir mi propio lenguaje amoroso, mi expresión amorosa; cada palabra pronunciada me ancla en el mismo lugar, pero afortunadamente, en ausencia de la rigidez filosófica que busco, se me permite hacer cada vez más grande mi Amor, multiplicándolo al compartirlo, tal y como dicen que hizo uno con los panes y los peces. Seguiré haciéndolo, nos vemos con la próxima palabra. Les dejo con Barthes:

«Igualmente discurriré bellamente sobre el amor a lo largo del año, pero no podré atrapar el concepto más que «por la cola»: por destellos, fórmulas, hallazgos de expresión, dispersados a través del gran torrente de lo Imaginario; estoy en el mal lugar del amor, que es su lugar deslumbrante: «El lugar más sombrío —dice un proverbio chino— está siempre bajo la lámpara».»

Bibliografía empleada:

Fragmentos de un discurso amoroso – Roland Barthes

Ética – Baruch Spinoza

Del lado del amor – Juan Antonio González Iglesias

7 respuestas a “¿El amor no se explica? ft. Roland Barthes”

  1. Avatar de Vocabulario amoroso según Roland Barthes I: el abrazo – CAPÍTULO 73

    […] aunque fuese momentánea, de sentirnos perfectamente colmados? Pues, así es. Según nos indica Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, hay un lugar en el que todos nuestros deseos pueden verse cumplidos, un punto en la geografía de […]

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  2. Avatar de Vocabulario amoroso según Roland Barthes II: adorable – CAPÍTULO 73

    […] decíamos que el amor no puede verosímilmente describirse o comprenderse, lo mismo sucede con el ser amado. Las características de esa persona responden tan perfecta y […]

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  3. Avatar de Vocabulario amoroso según Roland Barthes III: átopos – CAPÍTULO 73

    […] ¿El amor no se explica? ft. Roland Barthes […]

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  4. Avatar de Vocabulario amoroso según Roland Barthes IV: Exilio – CAPÍTULO 73

    […] ¿El amor no se explica? ft. Roland Barthes […]

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  5. Avatar de Vocabulario amoroso según Roland Barthes V: incognoscible – CAPÍTULO 73

    […] comprendimos hace tiempo que, inmerso en la experiencia amorosa, nuestro lenguaje se tambalea. El amor no puede verosímilmente describirse o explicarse, pero ¿y el amado? ¿Puedo conocerlo? ¿Sabría definirlo en esencia, tal y como es? Ya decía […]

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  6. Avatar de Vocabulario amoroso según Roland Barthes VI: declaración – CAPÍTULO 73

    […] nos dimos cuenta en el primer artículo sobre Roland Barthes, el lenguaje no alcanza para comprender el amor, ni para definirlo, ni siquiera, como descubrimos […]

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  7. Avatar de Vocabulario amoroso según Roland Barthes VII: obsceno – CAPÍTULO 73

    […] ¿El amor no se explica? ft. Roland Barthes […]

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