En las fotos de vuestros álbumes miradme con ternura
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Un análisis sobre cómo nos construimos en base a las imágenes y performamos nuestra identidad en redes sociales.
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Una imagen-mi imagen-va a nacer
Roland Barthes
Son las nueve de la noche. Sigue siendo verano. Pasas la mayor parte del día en horizontal, la única postura que te permite adoptar el aire cargado que circunda el pueblo. Las horas transcurren despacio, sabes que no son más que un lento viaje hacia la noche. Saldrás de fiesta con tus amigas, te pintarás los labios de rojo carmín, te enfundarás en un vestido negro de tirantes. Con la puesta del sol empiezan a salir de sus casas turistas con sandalias y viejos amores. Todos parecen contonear sus cuerpos al ritmo del permanente murmullo que llena las calles. Al igual que ellos, tu piel está empezando a coger color, las mejillas sonrosadas te recuerdan que eres joven y que estás sana. En ese instante crees que la vida te va a durar toda la vida. Son las nueve de la noche y estás guapa. Pero no te bastará con saberlo.
Coges tu móvil y abres la cámara: para qué sirve toda esta belleza si no es para que te miren. Quieres ser vista, entregar tu tez bronceada a los otros. Siempre ocurre lo mismo, como si se tratase de un obligatorio ritual, pasarás los próximos 20 minutos fotografiando tu cara desde todos los diferentes ángulos posibles, buscando una luz que resalte el color de tus ojos, que tape las marcas y disminuya las ojeras. Te sacrificarás por la belleza y sacrificarás tu belleza para compartirla. Toda esta ceremonia, este rito, esta performance es para ellos. Piensas en Berkeley: existir es ser percibido. Supones que si consigues que te miren ahora, en este preciso momento, que eres guapa, creerán que existes en este cuerpo construido para que te deseen.
Me seduzco cuando me observo desde la pantalla
Los demás solo sirven de marco para mi autorretrato
Estamos tan lejos de nosotras
Que necesitamos que el otro en su deseo nos confirme
Jamás hemos mirado nada a nadie
Solo buscando nuestro doble afuera
Mayte Gómez Molina
Son las nueve de la noche y caes enamorada de tu imagen capturada en la pantalla, de tu cara retransmitida que será almacenada en álbumes con nombres que recogen conceptos que buscan acumular recuerdos: pura arqueología de los afectos.
Estás enamorada de esa imagen que no eres tú y sin embargo te nombra, te identifica, te señala. Piensas en Barthes cuando escribió en “La Cámara Lúcida”:
Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte.
Entras en tu galería y recorres todas esas fotografías que dicen ser tú, o que han sido hechas en algún lugar donde has estado. (Insertar fotos de la primera vez que paseaste por Saint Julian con tu primer amor, la primera vez que comiste en un restaurante indio y llenaste tus manos de salsa tandoori, la primera vez que agarraste un violín entre tus minúsculos brazos, tus primeras puntas).
Y entonces recuerdas aquello que escribió Barthes, mucho mejor de lo que serás capaz de escribir tú en algún momento: Yo quisiera en suma que mi imagen, móvil, sometida al traqueteo de mil fotos cambiantes, a merced de las situaciones, de las edades, coincida siempre con mi «yo» (profundo, como es sabido); pero es lo contrario, lo que se ha de decir: «yo» lo que no coincide nunca con mi imagen: pues es la imagen la que es pesada, inmóvil, obstinada, y soy yo quien soy ligero, divido, disperso…
Vuelves a tu cara, tu cara en la pantalla, tu perfecta cara (de la que te has enamorado) y te das cuenta, reconoces que es una construcción. Una impostura. Ante la cámara no cesas de imitarte. Estás enamorada de una idea. Ya no hay sujeto. Te has desapropiado de ti misma, harán de ti ferozmente un objeto, estás a su disposición. Vuelves a Barthes: “vivo entonces una micro experiencia de la muerte ( del paréntesis): Me convierto verdaderamente en espectro”.
Y piensas, piensas con el móvil entre los dedos mientras subes otra story más a Instagram: A partir de mis imágenes construiréis hipotéticos yoes (las no-yoes). Todas ellas vagarán incontrolables entre las historias. Tratadlas bien, dadles de comer dos o tres veces al día, 8 horas de sueño reparador, que se laven los dientes. Cuidadlas o permitid que se vayan. Dejadlas descansar en la ternura. Toda imagen encarna un modo de ver. Por favor, miradme con ternura.
Las imágenes como depositarias de la memoria
Pienso: han visto mis pantallas casi todo de mí
Qué vulnerables nos ven las imágenes que vemos
Mayte Gómez Molina
IMAGEN:
La palabra «imagen» viene del latín «imago» (retrato, copia, imitación).
Por lo tanto, como dice John Berger en «Modos de ver»: Una imagen es una visión que ha sido recreada o reproducida. Es una apariencia o conjunto de apariencias que ha sido separada del lugar y el instante en que apareció por primera vez y preservada por unos momentos o unos siglos.
Con esta definición de lo que una imagen supone,nos da a entender que las imágenes se hicieron al principio para evocar la apariencia de algo ausente. De algo que ha dejado de estar. Gradualmente se fue comprendiendo que una imagen podía sobrevivir al objeto representado, por tanto, podría mostrar el aspecto que había tenido algo o alguien, y por implicación como lo habían visto otras personas.
Posteriormente se reconoció que la visión específica del hacedor de imágenes formaba parte también de lo registrado. Y así, una imagen se convirtió en un registro del modo en que X había visto a Y.
En línea con el pensamiento de John Berger cada vez que miramos una imagen, somos conscientes, aunque solo sea débilmente, de que el fotógrafo escogió esa vista de entre una infinidad de otras posibles. A la par de este fenómeno, en el que nuestra visión está ya reconducida por la elección del fotógrafo, toda imagen será percibida de manera distinta según quien sea el sujeto mirante. Por lo que, la apreciación de una imagen depende también de nuestro propio modo de ver.
Dice Berger en Modos de ver que:
«Solamente vemos aquello que miramos, y mirar es un acto voluntario como resultado del cual, lo que vemos queda a nuestro alcance. Nunca miramos sólo una cosa, siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos. Nuestra visión está en continua actividad, en continuo movimiento».
John Berger
El fotógrafo Stieglitz, el cual en 1903 escribía su propia revistra trimestral llamada Camera Work, afirmaba que la fotografía tenía un vocabulario propio relacionado con el hecho de que era una transcripción directa de la realidad. Él defendía que la labor del fotógtafo era hacer tal transcripción lo más directa posible, si bien, al mismo tiempo, debía transcender la mera transcripción y explorar las posibilidades poéticas de los hechos mediante su visión inherente; su «forma de ver». Como dijo Charles H. Caffin, la cámara registra los hechos, pero no como hechos.
Las fotografías constituyen una forma de representación tan familiar que muchas veces no nos damos cuenta de los objetos tan complejos y engañosos que son. Más que mirarlas, las leemos. Observamos el mundo que contienen y al mismo tiempo lo interpretamos de una forma muy parecida a como interpretamos el mundo real. La fotografía crea un discurso entre el mundo y nosotros, un discurso que jamás es neutral.
Toda imagen es polisémica; implica, subyacente a sus significantes, una de significados, entre los cuales el lector puede elegir algunos e ignorar los otros.
Retórica de la imagen, Roland Barthes
A su vez, la fotografía está al servicio de todos, fotografiamos para consolidar nuestra visión del mundo, pero en cuanto se activa el obturador, la imagen resultante sólo revela un hecho pasado. Así, la imagen se convierte al instante en materia de un recuerdo. Sin embargo, como dice Gerry Badger, la fotografía no es un recuerdo, sólo la huella de un recuerdo. Y esa huella fotográfica genera la certeza de que algo existió, si bien es sólo una representación de esa realidad y no la realidad en sí misma.
Dice Barthes en La Cámara Lúcida que:
Lo que la Fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente. En ella el acontecimiento no se sobrepasa jamás para acceder a otra cosa: la Fotografía remite siempre el corpus que necesito al cuerpo que es lo particular, lo absoluto, la contingencia soberana, mate y elemental, en resumidas cuentas, la tuche, la ocasión, el encuentro, lo real en su expresión infatigable .
Siguiendo con lo descrito anteriormente, cabe hacer una distinción entre cómo las imágenes no son únicamente una rememoración de un pasado finalizado, ( no hay nada de proustiano en una foto), sino un testimonio de que lo que vemos ha sido. El efecto que produce no es la restitución de lo abolido ( ya sea por el tiempo, la distancia, o la propia muerte). La fotografía revela lo real y lo pasado al mismo tiempo. En palabras de Barthes: Cada vez la fotografía me sorprende, me produce una sorpresa que dura y se renueva inagotablemente.
La Fotografía, por vez primera, hace cesar tal resistencia: el pasado es desde entonces tan seguro como el presente. Lo que se ve en el papel es tan seguro como lo que se toca. A diferencia de la pintura, la cual puede fingir una realidad sin haberla visto, la fotografía testimonia. La presencia de la cosa no es una metáfora ni una idea abstracta.
EI nombre del noema de la Fotografía será pues: «Esto ha sido», o también: «lo Intratable». Lo que veo se ha encontrado allí, en ese lugar que se extiende entre el infinito y el sujeto (operator o spectator);ha estado allí, y sin embargo ha sido inmediatamente separado; ha estado irrecusablemente presente, y sin embargo diferido ya.
Roland Barthes, La Cámara Lúcida
La imagen como manera de construirnos y el impacto en redes sociales.
Cuando todos te miran no tienes que usar los ojos/ te definen y acotan la córnea/ el iris ajeno/ y así/ si dejan de mirarte/ habrás olvidado quién eres/ y cuando llega el momento de mirar/ te has quedado ciega
Mayte Gómez Molina
En el prefacio a la segunda edición (1843) de La esencia del cristianismo, Feuerbach señala que «nuestra era» «prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser» -con toda conciencia de su predilección-. En el siglo XXI esta denuncia premonitoria se ha transformado en un diagnóstico con el cual concuerdan muchos: que una sociedad llega a ser «moderna» cuando, citando a Susan Sontag en su ensayo Sobre la fotografía:
Una de sus actividades principales es producir y consumir imágenes, cuando las imágenes ejercen poderes extraordinarios en la determinación de lo que exigimos a la realidad y son en sí mismas ansiados sustituos de las experiencias de primera mano, se hacen indispensables para la salud de la economía, la estabilidad política y la búsqueda de la felicidad privada.
Esto va completamente ligado a la permanente sobreabundancia de imágenes que recibimos constantemente en redes sociales, así como la manera que tenemos de construirnos en base a ellas ,performando una identidad y edificando nuestro propio mundo deseado. Vagamos por las stories de Instagram, donde ofrecemos cada día trozos de nosotros mismos despistados por las cosas de los otros, que nos impiden ver dónde estamos. Podríamos afirmar que la lente nos da existencia: ser en el mundo significa ser visto en internet, y que cuanto más seas visto, más existes.
Dice Remedios Zafra en Ojos y Capital que:
Entregados al exceso del habitar en red, pareciera que hoy el sistema se pervierte poniendo en juego dos ganancias sustanciales: el poder sobre la gestión tecnológica de la visibilidad como garantía de existencia y valor, y la autoimplicación en lo que entregamos en las redes de manera más o menos consciente para nuestra propia dominación.
Es por esto que, en relación con lo expuesto anteriormente de la mano de Roland Barthes, hoy más que nunca buscamos ante nuestra cámara ser aquel que creemos ser, aquel que queremos ser, el que queremos que crean que somos, y aquel que coincida con los estánderes y los imperativos de la cultura de masas y las redes sociales.
Ya lo intuyó John Berger en los años 70, mucho antes de la explosión de las redes, diciendo que; Además de ser conscientes de que podemos ver, también nos damos cuenta de que podemos ser vistos. El ojo del otro se combina con nuestro ojo para dar plena credibilidad al hecho de que formamos parte del mundo visible.
Y es por ello que, conscientes de que somos vistos, performamos nuestra propia existencia. Habita entonces en nuestras redes sociales un sujeto desconocido, que hemos construido, y que asemejándose a nosotros, nos atrevemos a identificarnos con él. Subimos imágenes de ese yo contigente con nuestras manos, las cuales se han convertido en otro tipo de apéndice del ojo. Dice Zafra que son el párpado que se abre o cierra para lamer la imagen y dice Mayte que cuando en Tiktok aparece un vídeo encabezado por: Esto es lo más tierno que verás hoy/ Y si solo por eso pinchamos/ Cuántas caricias nos hacen falta/ Y qué miedo tenemos de extender la mano/ Y tocar algo que de verdad respire.
Por ello ante la búsqueda y la idealización de ese sujeto desprovisto de subjetividad, del excedente de imágenes, de los ojos ansiosos por verlo todo y no pararse en nada; ante la pérdida de sensibilidad al toparse de frente diariamente con el horror, ante la suposición de ideas vagas sobre los otros, propongo reivindicar el derecho a mirar despacio, a mirar con ternura. A no olvidar a los cuerpos que descansan detrás de las pantallas, a tratarlos con respeto. A fotografíar a aquellos a los que amamos, consiguiendo que perduren sus imágenes, pero también el amor y los afectos. A no olvidar que vemos porque estamos, y que tenemos el derecho y la posibilidad de tocar algo que de verdad respire.
Habita en mi cabeza gente que no sabe quién soy/que no sé quién es/ nadan en el río vertical de colores/ sus caras sus vacaciones sus animales sus libros/ publicados o leídos su arte realizado o adquirido/ su ropa su lino su sofá su cara/ sus amantes/ su supuesto tiempo libre/ sus casas sus hijos que yo no puedo tener/porque no tengo nada que darles
En el rectángulo negro de mi mano me reflejo/ cuando la pantalla se apaga/ espejo/ toco deprisa todos los botones/ que vuelva la luz: no quiero verme
Mayte Gómez Molina
A Marc por hablarme de Berkeley en alguna noche en la que no podíamos dormir, a mis amigos por dejarme fotografiarlos y llevarlos siempre conmigo, a mis padres por darme la posibilidad de verme y recordar que fui querida y lo sigo siendo.
Bibliografía
Ways of seeing. John Berger, Ed. GG
Los trabajos sin Hércules. Mayte Gómez Molina, Ed. Hiperión
Ojos y capital. Remedios Zafra, Ed. Consonni
Sobre la fotografía. Susan Sontag, Ed. Debolsillo
La Cámara Lúcida. Roland Barthes, Ed. Paidós
Retórica de la imagen. Roland Barthes
Circuito cerrado de vigilancia. Mayte Gómez Molina, Ed.Cielo santo
La esencia del cristianismo. Ludwig Feuerbach, Ed. Trotta
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