Esperar, esperar, estar dispuesta

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Una imagen. Una habitación pequeña pero cómoda. Pese a su reducido tamaño, la chica que la habita siente más bien una sensación de recogimiento que de encierro. Un espejo. Una estantería. Simone de Beauvoir. Adrianne Rich. Anne Sexton. Más en concreto, una antología. Un espejo, recuerden, un espejo. Luna Miguel. Annie Ernaux. Pura pasión. Recuerden, Pura pasión. Judith Butler. Foucault. Angélica Liddell. Un espejo. La casa de la fuerza. Anne Carson. La belleza nunca descansa, recuerden, la belleza nunca descansa1.

Una imagen. Una chica lee sobre deseo femenino. Dice en voz alta deseo femenino. Se pregunta ¿existe el deseo femenino? En voz muy baja. Un espejo. Una chica lee sobre deseo femenino. Se mira al espejo. Se mira al espejo por partes, muy despacio. Se mira en voz baja. Repite: la belleza nunca descansa. 

Una chica habita una habitación pequeña que nunca le ha resultado algo similar al encierro. Se mira al espejo. Por partes, recuerden, por partes. Se pregunta ¿es esto ser deseable? Y ahora la habitación es un encierro, el cuerpo es un encierro. Pasa la mano por su cuerpo. Por partes. Se pregunta, de nuevo, por el deseo femenino. Se pregunta, de nuevo, por su existencia como sujeto de deseo. No se pregunta hasta muchos años después qué es lo que desea. 

Una chica se pregunta por el deseo y lee a Angélica Liddell y se aprende de memoria dos fragmentos. Repite frente al espejo:

Si no tienes unas buenas tetas, ni un culo bonito ni/ veinte años menos,/ te jodes, tienes que aguantar mis putadas./ Tú no puedes pedirme nada./ Yo te lo puedo pedir todo./ Pero tú no puedes pedirme nada./ […]/ Tú ya no cotizas/ En el liberalismo económico-sexual tú ya no cotizas/ ¿Qué cojones es eso de pedir amor?

Soy un monstruo de amor. Siempre he deseado más amor del que me podían ofrecer. Los monstruos de amor deseamos ser amados sin pausa, sin descenso. Los monstruos de amor somos increíblemente ingenuos. Creemos en las cimas y en la vida en las cimas. Y eso es imposible. En la cima te congelas, te comen los buitres o te mueres de hambre.

La casa de la fuerza, Angélica Liddell

Y maldice ser un monstruo de amor, siempre con hambre y sed, y no se qué de la vida en las cimas y no se qué de pedir demasiado. Y maldice desear que la deseen, maldice estar en búsqueda de un poquito de amor. Y maldice tener hambre y que ese hambre le lleve a comer de manos sucias, o no sé qué del mercado económico-sexual, y la oferta y la demanda, y sus tetas demasiado pequeñas o, y sus tetas demasiado grandes.

Una chica se pregunta por el deseo femenino y se repite frente al espejo: para merecer amor, tengo que ser deseable y no sé qué del liberalismo sexual y no sé qué del ganarse algo.

Una chica se pregunta por el deseo y lee a Annie Ernaux. Se aprende un fragmento y repite frente al espejo:

Aquellos ocho días sola, sin hablar con nadie salvo con los camareros de los restaurantes, poseída por la imagen de A. […] me parecían, en fin, una especie de prueba que perfeccionaba todavía más el amor. 

Pura pasión, Annie Ernaux

Y maldice emocionarse al leerlo, al repetirlo frente al espejo. Maldice encontrarse en esas palabras. Y maldice estar dispuesta a la espera, estar dispuesta al sufrimiento como prueba. Y maldice las pruebas y no se qué de la pura pasión y de la pasión en sí.

Una chica se pregunta por el deseo femenino y repite frente al espejo: Esperar, esperar, esperar, estar dispuesta. 

Una imagen. Una mesa en la terraza de un bar. Un grupo de chicas que se miran al espejo por partes y despacio. Hablan, hablan, hablan. Hablan de la importancia de la obra de Angélica Liddell. Hablan de la importancia de la obra de Annie Ernaux, de la importancia de recoger la experiencia del deseo femenino, de poder crear una genealogía del placer y el dolor del deseo. Hablan, hablan, hablan de sus dolores. Tratan de desvincular deseo y amor. Hablan sobre desear solo una vez. Hablan, hablan, hablan de sus dolores. No es fácil. No es fácil señalar la herida y nombrar la causa. Hablan, hablan, hablan sobre la posibilidad de deconstruir el deseo, de desear de otras maneras, de encontrar el placer saltando la herida. 

Hablan sobre el consentimiento, sobre pornografía, sobre no sé cuántas mierdas que transmiten que la violencia sexual es sexo, y por tanto, vuelta a hablar de la pornografía. Hablan, hablan sobre no sé cuántas mierdas que refuerzan la imagen de la la sexualidad pasiva de las mujeres, sobre la posibilidad de un sexo no violento, sobre la posibilidad del uso de la fuerza sin misoginia. Hablan, hablan, hablan y se preguntan sobre lo que significa excitarse ante la violencia. Hablan, hablan y agradecen que haya leyes que las protejan, no queda otra, pero no basta. Y se enfadan, se enfadan porque el cuerpo de las mujeres sea material jurídico, se enfadan porque el deseo pueda ser tipificado. Hablan, hablan sobre que es la violencia la que debería ser material jurídico. Hablan, hablan y se preguntan si algún día esto no será un tema de conversación; los dolores, lo violento, los desencuentros, el miedo, la imposibilidad y se abrazan, se abrazan desde la duda, desde la posibilidad, desde el intento, desde la fuerza. Hablan, hablan y piden, piden una nueva genealogía que piense el deseo femenino fuera del dolor, que narre el deseo desde el placer, que narre desde la posibilidad. 

Piden , piden una genealogía del deseo que se construya desde el derecho a la búsqueda y la exploración, de acuerdo con Clara Serra, el derecho a no saber. Piden, piden y solo es posible fuera de la hostilidad, de la violencia, del poder violento. Una genealogía que abarque el no saber, el estar en condiciones de dudar sin miedo, por voluntad de descubrimiento.

Referencias

  1. La belleza del marido, Anne Carson.

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