El rostro del terror: El universo de Mariana Enríquez y su relación con el horror ‘lovecraftiano’

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Cuando miras al abismo, el abismo te devuelve la mirada.
Friedrich Nietzsche

El concepto de los televangelists es algo en gran medida desconocido fuera del continente americano. Un puñado de predicadores evangélicos clásicos, con sus camisas blancas y corbatas negras, el pelo engominado y la frente sudorosa, exaltando a centenares de entregados fieles en un auditorio lleno hasta los topes. Muchos de ellos son retransmitidos en vivo por decenas de cadenas de televisión e invaden con sus plegarias miles de hogares desde el medio oeste estadounidense hasta la costa del Pacífico. Un documental sobre este fenómeno de la era contemporánea muestra a uno de ellos en sus años dorados, un hombre rechoncho de voz apasionada y marcado acento sureño, sorprendentemente elocuente y vivaz. Con el rostro enrojecido por el esfuerzo, habla de cómo Jesucristo es capaz de conocer la pureza del corazón de cada uno de los presentes, de que puede ver su auténtica esencia y, creyente o no, frente a su juicio no existirían excusas tras las que esconderse. “Eres un extraño para ti mismo y sin embargo Él te conoce”. 

Esta frase, que hace sollozar a los espectadores del sermón, es sorprendentemente útil para conceptuar el género de terror. 

Pese a que se finja conocer el terror propio, en gran medida se es un extraño para uno mismo respecto a él. Curiosamente, uno puede desconocer sus propios miedos, pero sus miedos le reconocen en un instante, le devuelven el saludo y la mirada. Permanecen agazapados durante décadas para asaltar en el momento oportuno, en el enfrentamiento contra aquello que nos es ajeno, extraño, incómodo o que es directamente incomprensible para la realidad en la que vive cada uno, la realidad en la que vivimos todos. La vida es lo que transcurre mientras cada cual conforma su identidad, que se construye no sólo sobre aquello que se ama, sino sobre lo que rechaza o censura, en ocasiones sin una razón clara para hacerlo, solo mero instinto. La eterna pregunta de qué es lo que da miedo pervive en el imaginario colectivo junto a su inseparable acompañante, el por qué se siente miedo ante algo en concreto. 

Incluso aunque se llegara a identificar, debe explicarse por qué eso y no cualquier otra cosa hace que nuestro vello se erice y temamos cerrar los ojos en la oscuridad de nuestro cuarto, que comprobemos tres veces si la puerta principal está efectivamente cerrada, la llave con dos vueltas. La respuesta natural e incluso automática a esta pregunta es tan simple como llena de complejidades: no a todo el mundo le dan miedo las mismas cosas. Deben descubrirse los terrores propios, pero éstos no pueden existir sin que otros terrores parasiten la conciencia colectiva. 

Hallar el horror propio implica hallar el horror común, el horror social que asola a grupos humanos enteros. Por ello, vale la pena detenerse a reflexionar sobre el género de terror, que existe de alguna manera al margen de los miedos individuales y al mismo tiempo funciona como la génesis de estos. Es la fábrica de los miedos, su personificación. Es lo que pone voz, cuerpo y alma a nuestros miedos. La literatura de género no es otra cosa que un lenguaje, una manera de percibir la realidad, de expresarla, de entenderla. 

El género [de terror] también es un lenguaje. Es un modo mental de funcionar, una manera de pensar, una manera de ver. Yo lo primero que veo es eso, cuando leo y cuando miro. 

Mariana Enríquez

El alimento del género de terror son sus propios lectores. El autor es capaz de anticiparse a ellos y entregarles, sin que lo sepan, lo que ellos mismos piden: presentarles aquello que les aterra, ponérselo frente a los ojos y no permitirles dejar de mirar. Es por eso por lo que las críticas al género de terror en conjunto, como tacharlo de infantil, de puro efectismo o simplemente como demasiado excéntrico suelen provenir de quienes no solo tienen miedo de algo, sino que se niegan siquiera a avistarlo en la lejanía. Huyen despavoridos ante la más mínima mención de lo que les molesta. 

El documental Queer For Fear: A History of Queer Horror explora, a través de entrevistas con artistas LGTBIQ+, la representación del colectivo y el queer coding en el género de terror, es decir, la atribución de estereotipos relacionados con las personas LGTBIQ+ a personajes ficticios sin expresar con claridad su orientación sexual o identidad de género. En él, la autora Carmen María Machado observa agudamente que el terror, como género literario y audiovisual, incomoda profundamente, y lo hace con quien debe:

Las historias de terror molestan a toda la gente adecuada. Molestan a todo el que no puede lidiar con la ambigüedad, a todos los que no pueden lidiar con la violencia o el eroticismo, a toda la gente que concibe el mundo de manera binaria y clara (…) El terror está hecho para hacerte sentir increíblemente incómodo.

El terror no es una mera exposición de imágenes gore o una serie de historietas morbosas, sino que es un medio de observación. A través del terror, uno se asoma a una realidad que no desea contemplar, que le irrita, y por lo tanto ve algo que preferiría no haber visto jamás, incluso aunque supiera que existía.  

Mariana Enríquez, escritora, periodista y docente argentina (Buenos Aires, 1973), ha sabido llegar a las entrañas de la citada premisa de la incomodidad, porque ha entendido cómo acercar el terror al lector, dejarlo al alcance de la mano, de manera que uno pueda contemplarlo y, al mismo tiempo, ser atacado. Ha publicado decenas de relatos de terror y varias novelas, entre las que se encuentra Nuestra parte de noche, por la que recibió el Premio Herralde de novela en el año 2019. 

Mariana Enríquez

A lo largo de su obra ha sido capaz de mostrar el impacto de lo pequeño, de lo físico, de aquello que, precisamente por su aparente insignificancia, horroriza más que lo que inconmensurablemente grande, que nuestro cerebro no puede comprender. Los humanos entendemos el mundo a través de la escala. Resulta imposible imaginar adecuadamente el tamaño de la galaxia en la que existimos, pero somos capaces de descifrar mejor su auténtica inmensidad cuando alzamos la mirada al cielo en plena noche. Con la prosa de Enríquez ocurre algo parecido. Ha conseguido familiarizar el terror, tornarlo cercano, convertirlo en un terror casi cotidiano. 

Una breve interacción nos permite escudriñar un mundo que subyace al que vemos, una realidad maquillada, como una especie de humedad sobre la cual ya se ha pintado varias veces y, que, tercamente, vuelve a brotar. El terror de Enríquez no es el propio de los grandes monstruos o los titanes milenarios, cuya amenaza resulta tan lejana como, francamente, carente de peso. El suyo es el terror del lugar natal que se visita periódicamente, el terror del callejón que siempre se evita de camino a casa, incluso el terror del propio cuerpo. 

Hay algo que yo sí aprendí: que te da mucho más miedo lo que es cercano, que es algo que es demasiado impreciso y que vos te sentís personalmente vulnerado (…) Una caja de párpados te va a impresionar mucho más que Godzilla por la ventana, porque el párpado es algo que conocés, porque ¿de quién son? ¿a quién se los sacaron? Después te queda automáticamente la idea de un montón de gente sin los párpados, con los ojos permanentemente abiertos. Hay todo un montón de referencias que son directas a tu cuerpo y empezás a pensar: ¿cuánto duele que me quiten un párpado? ¿Qué pasa con mi ojo totalmente seco después? La amenaza física es terrible.

Mariana Enríquez

Se produce una auténtica personalización del terror y por tanto se deja de lado la teatralidad de las hecatombes para dar paso a algo que resulta mucho más inquietante: aquello que se conoce, que incluso es propio, de pronto se ve de una forma completamente distinta, se ve quebrantado, violado. En una especie de susurro siniestro, el horror se cuela entre las rendijas de la cotidianidad. 

La obra de Mariana Enríquez logra el impacto deseado cuando se contextualiza adecuadamente. Resulta mucho más difícil tratar de interesarse por sus relatos o novelas sin zambullirse, por ejemplo, en las leyendas locales propias de la provincia argentina de Corrientes, las cuales ejercen una poderosa influencia en el terror que la autora pretende transmitir, es decir, en el lenguaje en el que pretende expresarse. Enríquez busca producir esa sensación fundamental de incomodidad y rechazo en sus lectores a través de lo que en muchas ocasiones se ha tildado de “creencias de los iletrados”, es decir, las creencias y ritos locales, la simbología propia de las culturas aborígenes sudamericanas. La literatura latina, por lo general, ha ignorado la presencia de estos cultos de una manera muy similar a la cual, a nivel político y social, se ha ignorado la misma existencia de los pueblos indígenas y se han pisoteado no sólo sus tierras, hogares milenarios y derechos, sino también sus conocimientos y voz propia, su capacidad para transmitir de una generación a otra las tradiciones que conforman la identidad de cualquier grupo humano. 

Enríquez subvierte el orden tradicional de la literatura latina haciendo a las leyendas populares parte de decenas de sus relatos, permitiendo que los “males milenarios”, los que permanecen al margen del canon habitual del terror, se hagan un hueco en la mente de sus lectores. 

-Me dieron una pena, una pena. Las tres con malos pensamientos, con carne de gallina, con un daño de muchos años. Yo me sobresaltaba de mirarlas nomás, eructaba, no les podía sacar de adentro los males. 

– ¿Qué males?

-Males viejos, nena, males que no se pueden decir- La Señora se santiguó-. Ni el Cristo de las Dos Luces podía con eso, no.  Era viejo (…)

El aljibe. Los peligros de fumar en la cama, Mariana Enríquez

Es habitual encontrar, en varios de sus relatos y novelas, menciones a San La Muerte, venerado en provincias del norte de Argentina y en el Paraguay, representado normalmente como un esqueleto humano que porta una guadaña y que protege a todo individuo en exclusión social u oprimido, en esencia, a todo aquel que se ha convertido en invisible (o peor, insignificante) para los demás. Sus fieles realizan ofrendas a las figuras del santito: encienden velas y dejan botellas de alcohol o cigarrillos, la clase de ofrendas que puede permitirse un cualquiera, el último eslabón de la cadena alimentaria, el campesino u obrero olvidado y explotado. Así, cuando Enríquez utiliza los mitos y cultos locales en sus relatos, no acude inmediatamente a lo inhumano para suscitar una reacción, sino que ofrece a sus lectores una idea mucho más escalofriante: esto existe, ha existido siempre y está a tu alrededor. No lo ves, pero sólo porque no deseas verlo. 

Por otra parte, Enríquez no rehúye la contextualización histórica de sus relatos o novelas, si no que convierte su situación en algo determinante para la trama. Si bien el trasfondo de sus obras se torna más siniestro por la naturaleza sobrehumana de lo que se describe, la relación con tragedias auténticas pervive en un esfuerzo por acercar ese terror, convertirlo en factible, asegurar lo anteriormente mencionado: lo descrito en estas páginas está ocurriendo ahora mismo, ha ocurrido en el pasado u ocurrirá de alguna manera en un futuro cercano.

Se debe encontrar el horror propio, mis terrores y nuestros terrores como sociedad. Pensé, ¿cuáles habían sido los primeros textos de horror que había leído en mi idioma? Y eran los testimonios periodísticos de la dictadura.

Mariana Enríquez

Narrar la brutalidad de una dictadura militar es escribir terror. Podrá ser una mera descripción de la realidad, pero es esencialmente terrorífico. Por tanto, el terror se funde con la materialidad, pues concebir el terror como una ficción impropia de la condición humana sería un autoengaño tan descarado como tildar a los perpetradores del Plan de Reorganización Nacional de “monstruos”. La historia reciente de cualquier nación, especialmente la argentina, es tan despiadada como cualquier cuento de horror. 

Le habían tirado un muerto como se tiraban muertos en la Argentina. En la Argentina te tiran muertos.

Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez

Relación con el ‘horror cósmico

Yeah, back then, the visions, yeah most of the time I was convinced… Sh*t… I’d lost it. But there were other times… I thought I was mainlining the secret truth of the universe.

En aquel entonces, las visiones… sí, la mayor parte del tiempo estaba convencido de que había perdido la cabeza. Pero otras veces creía meterme en vena la verdad secreta del universo.

True Detective

Matthew McConaughey como Rust Cohle en True Detective (2012)

Al final del segundo episodio de la serie True Detective, uno de los protagonistas, el ex inspector de policía Rust Cohle, narra con su habitual mordacidad la investigación de un asesinato con tintes ocultistas que había liderado diecisiete años antes a sus dos interlocutores, también policías, que buscan saber si existe una conexión entre aquel caso y el que actualmente se investiga. Cohle explica que mientras él y su compañero Marty Hart intentaban averiguar la identidad del asesino, se veía afectado por alucinaciones, breves destellos de realidades paralelas fruto del daño neurológico que le había provocado su tiempo infiltrado en varias organizaciones criminales. Aquejado de insomnio y con un cigarrillo permanentemente pegado a los labios, se dedicaba a trabajar todas las horas posibles, desentrañando por sí mismo la mayor parte de complejidades de las pesquisas, que le llevarían a descubrir que el homicidio que investigan es lo contrario a aleatorio o aislado, sino que forma parte de una espiral de violencia y depravación que no parece tener fin y por la que se verá consumido.

Es por ello por lo que hace referencia a la “verdad secreta del universo”, como una especie de realidad paralela, un mundo que existe a nuestro alrededor y que ni siquiera somos capaces de percibir adecuadamente, quizá tan solo atisbarlo. Cohle, inicialmente, duda de su propia capacidad para discernir lo real de lo fantástico, pero esas dudas se derriban cuando sus indagaciones le llevan más y más lejos, dentro del pozo, dentro de la corrupción y la violencia, del terror, que no es algo peculiar, sino endémico, que infecta la existencia y la sociedad. Es así como la serie creada por Nic Pizzolatto hace uno de los usos más brillantes posibles en televisión del horror cósmico o lovecraftiano, de cuyas premisas bebe también la obra de Enríquez. 

Este horror, nacido del imaginario del formidable escritor H.P. Lovecraft y que ha influenciado a decenas de autores, parte de la base de que la humanidad, como especie, no reconoce su propia insignificancia. No somos conscientes de la indiferencia del universo hacia nosotros mismos y por lo tanto su verdadera naturaleza se nos escapa. Así, existen individuos, excluidos o alejados de la sociedad o bien aquellos que interactúan con los marginados por la misma, que pueden obtener una nueva perspectiva, entrever la auténtica realidad. Son los únicos testigos de la esencia de lo Real, que dormita bajo la dinámica perceptible por la mayoría. 

(…) una de las características del Horror Cósmico es la incapacidad de las masas para reconocer la verdadera naturaleza de las cosas.

(…) one of the hallmarks of Cosmic Horror is the failure of the masses to recognize the true nature of things.

Defining Lovecraftian Horror, an essay by Peter Rawlik

Pese a contar con este conocimiento privilegiado, tal privilegio se torna una maldición, pues otra de las características esenciales de esta rama del terror es que la persona difícilmente podrá alterar los eventos que sigan pese a haberlos anticipado y tampoco podrá expresar adecuadamente aquello de lo que ha sido testigo, pues será percibido como un rasgo de locura. De alguna manera, la locura es la auténtica conciencia de lo que ocurre. 

En los relatos de Enríquez, los protagonistas se topan con una realidad indigerible. El horror puede habitar las villas miseria, los fríos departamentos de las familias pudientes de Buenos Aires, las fosas comunes donde yacen los huesos aún calientes de represaliados por la dictadura o, simplemente, la mirada de un chiquillo sentado en una estación de provincias abandonada, aguardando un tren que jamás va a volver a pasar. El terror de su obra no se concibe como algo externo a la realidad de los personajes, sino inherente a ella. Parece estar al alcance de la mano, como un amuleto, una deidad menor a la que dejar ofrendas. No es, por tanto, una anomalía, un cuerpo extraño o un monstruo que aguarda bajo la cama para atacar durante la noche, sino una constante, un círculo plano, una sombra cosida con hilo a los talones.

La verdadera naturaleza de la realidad se desconoce. Los protagonistas pueden vislumbrar un pedazo de ella e, inmediatamente, de una manera u otra, reaccionar, reconocer, saber que existe algo erróneo, escalofriante. Lo que resulta próximo, pero profundamente desestabilizante es un tema constante en la obra de Enríquez. Es aquello hacia lo que nunca se tuerce la mirada, una especie de cajón de doble fondo que nunca se ha abierto, pero siempre ha existido. Se ignora día tras día, pero, una vez se ve, se reconoce. 

Había dos chicos afuera. Al principio me alivié, pero después los miré bien y el miedo que sentí no pude explicarlo después, no pude explicarlo entonces y no puedo entenderlo ahora. Estaban mal. Eran el Mal. No hay palabras para la sensación que producían.

Ojos negros. Un lugar soleado para gente sombría, Mariana Enríquez

En uno de los coros que forman parte de la obra teatral La roca, escrita en verso, su autor, T.S. Eliot, incluye esta frase:

Luz, el recordatorio visible de la luz invisible.

La extraordinaria dificultad que supone tratar de acotar el concepto del género de terror es menor cuando se hace a través de estos versos de Eliot. Mediante el diálogo intersubjetivo que caracteriza a la literatura de género se pretende expresar la presencia de algo invisible, necesariamente incorpóreo, algo que habita el área subterránea de la conciencia humana. La literatura de terror pretende constituirse como un recordatorio visible de lo invisible: lo que se intuye, pero no se vislumbra adecuadamente entre las costuras de la realidad. 

El elemento esencial, el terror, el miedo (que Stephen King ya bautizó en una de sus grandes novelas como It, algo difícil de traducir, el eso) está en los sitios que jamás se han transitado antes, en las leyendas locales, entre las sábanas de nuestra cama, en todos y en ningún lugar al mismo tiempo. Como una especie de dolor latente no es, en realidad, desconocido, sino simplemente incómodo de contemplar, y se ignora como quien ignora la pobreza extrema que habita las calles de su ciudad. En su imprecisión reside su poder metamórfico. 

El escritor de terror estadounidense Thomas Ligotti lo sintetiza en una frase, frase que Enríquez cita al inicio de su último libro: 

No tiene brazos, pero sabe cómo usarlos. No tiene rostro, pero sabe dónde encontrarlo.

Doesn’t have arms, but it knows how to use them. Doesn’t have a face, but it knows where to find one.

La cama inglesa, de Guillermo Lorca

Agradecimiento

  • Este artículo no puede terminar sin un agradecimiento profundo a Irea, que cree en mis capacidades mucho más que yo misma. Gracias por inspirarme, pero sobre todo por estar. 

Bibliografía

  • Los peligros de fumar en la cama. Mariana Enríquez, Ed. Anagrama
  • Nuestra parte de noche. Mariana Enríquez, Ed. Anagrama
  • Defining Lovecraftian Horror. Peter Rawlik
  • Un lugar soleado para gente sombría. Mariana Enríquez, Ed. Anagrama
  • Poesías Completas. T.S. Eliot, Ed. Visor Libros S.L.

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