Pragmatismo e Ilustración

Published by

on

Decía Voltaire que beneficiaba a la humanidad al publicar el Antimaquiavelo de Federico el Grande de Prusia, gran alma que sabía, a su juicio, atraer a los hombres a la senda de la virtud con sus preceptos y verbigracias. Consideraba que las lecciones que oponía categóricamente a las de Machiavelli no sólo le valían a sí mismo, sino de norma a todos los regentes para la felicidad de los pueblos. Aseveró asimismo que era su deber mitigar el veneno propagado por el italiano editando la obra de su admirado emperador, que resultaba mejor exégeta que Michel-Jean Amelot, cuya traducción precedía por capítulos a la impugnación del prusiano. 

En el capítulo decimoséptimo de la gran obra de Machiavelli, De principatibus o el Il principe, se alude a una de las cualidades esenciales de que han de ser depositarios los gobernantes, esto es, de crudelitate et pietate; et an sit melius amari quam timeri, uel e contra —de la crueldad y la compasión; y de si es mejor ser amado que temido, o todo lo contrario. No se duda, como es natural, que el príncipe debe ser necesariamente clemente, pero con perfecto principio de mesura. César Borgia pudo unificar y pacificar la Romaña y ganó en ello fama de cruel; lo fue más, empero, el pueblo florentino al permitir la destrucción de la ciudad de Pistoia para eludir aquel mismo resultado. Este es un ejemplo del concepto maquiavélico de crudeltá pietosa, ya presente en el capítulo octavo, que designa los actos de crueldad que han de ser llevados a cabo de una vez para que puedan ser utilizados posteriormente en beneficio popular. El pragmatismo político entra entonces en acción y nos dice que el príncipe lo ha de ser si con ello perpetúa la unión y fidelidad de sus subordinados, y no permite que se desate un desorden que perjudicaría a la comunidad más gravemente. Dice Dido el cálamo de Virgilio mediante: Res dura, et regni nouitas me talia cogunt / moliri, et late fines custode tueri.

El italiano alude nuevamente a la circunspección y mesura del gobernante, dado que es precisa cierta racional mesura entre la cortedad de una apocada regencia y una temeridad que precipitaría las acciones de gobierno. Entre ser amado y ser temido, Machiavelli opta por la segunda si es menester por la seguridad que brinda, en tanto que la cohorte de hombres que son gratos y dadivosos mas traidores en momentos de adversidad está harto provista. La inclinación o favor personal mantiene un vínculo de obligación que acaba por quebrantarse so capa de otros fines; y el temor perdura por el miedo al castigo —imagínese a Voltaire y miríada de ilustrados escandalizados. Mas este sentimiento, nos dice, no ha de rayar en ningún caso en lo desaforado: la intervención en los bienes de los súbditos y sus mujeres, y si se ha de proceder contra ellos debe ser bajo buen pretexto y justificación, máxime si se habla de la pena capital.

En el caso del príncipe que rige entre sus huestes, prosigue el italiano, el ejército se mantiene unido y dispuesto a la acción militar bajo una mano firme. El insigne cartaginés Aníbal, v. gr., a cargo de unas tropas de lo más heteróclitas, nunca fue testigo de disensión alguna por su severidad. El romano Escipión, cuyo ejército se levantó en armas en Hispania por su excesiva clemencia y concesiva disciplina militar, se ganó la crítica de Fabio Máximo en el senado. No es solamente, en suma, ser juicioso para ser amado o temido el objetivo del príncipe, sino a un tiempo no ser odiado para poder perpetuar el ejercicio de su potestad. 

Llegado a este punto, Machiavelli ha herido ya con violencia la sensibilidad de muchos con su pragmatismo crudo y autoritario que no rinde pleitesía a los preceptos que tendrán amparo en la filosofía ilustrada. 

A este capítulo nuestro monarca ilustrado prusiano y formidable líder militar dirige una crítica mordaz: primeramente es la más valiosa custodia de un monarca la vida de sus súbditos, que en su mano pueden conocer término bajo la ley o recibir indulto por sus crímenes; y este deber, pesada carga sobre los hombros de todo príncipe, es el más grande y arduo de su ministerio, pues son perfectamente conscientes de su igual condición de humanos y que, si bien hay injusticias que pueden ser subsanadas, la muerte es un mal irreparable. Un césar prudente sólo ha de castigar y disponer condenas con severidad con el objeto de prevenir desdichas mayores, como se extirpa una pierna envenenada por la gangrena para salvar el corazón y el resto de los órganos muy a pesar del paciente. 

Este asunto tan ciertamente preponderante para el gobernante es de poca importancia para Machiavelli, que no muestra tanta especial atención en sus escritos a la vida misma de los hombres. La crueldad pesa más que la clemencia, aquellos que no se arredran ante la fama de crueles son preconizados. Para el horror del ilustrado, es perentoria la conservación del poder y el ascenso al ejercicio del mismo mediante la mano del verdugo, en cuya defensa alude al ejemplo de César Borgia en la Romaña. 

En lo que a la disciplina militar se refiere, se elogia, en ojos de la Ilustración, la crueldad y la barbarie poniendo un ejemplo justificante de lenidad desmesurada, como el caso del general romano. Sólo se ha de exigir verdadera mesura en un general o líder militar cuya prudencia prescriba el rigor o la bondad respecto de los soldados para perdonarlos por sus faltas, y no se debe caer en la crueldad, impopular entre tanto soldados como jefes. El prusiano prefiere sin duda ser amado a ser odiado por sus huestes en un día de batalla.

Es innegable que hay hombres depositarios de miríada de cualidades negativas sobre la faz de la tierra y que el temor puede ser un agente muy poderoso, pero el gobernador cuya política estribe exclusivamente en el mismo, que imprime un carácter inconfundible de timidez y bajeza,  reina en un pueblo esclavizado y no debe esperar grandes acciones, empresas y generosidades por parte de sus súbditos. El príncipe que es amado por su pueblo reina en sus corazones, como innumerables ejemplos de admirables y heroicos sucesos frutos del práctica del amor y la fidelidad. El ilustrado, dicho ha de ser, erra en la noción de que su siglo se ve exento de revoluciones, de tradición ya extinta, y que solo el rey de Inglaterra debe tener motivos para recelar de su pueblo. El fulminante embate de la Revolución de 1789 estaba por llegar.

El príncipe temido, termina por decirnos el monarca de Prusia,  es más susceptible de ser derrocado que el amado, pues la crueldad es intolerable para los súbditos y los temores y sobresaltos agotan a los pueblos, mientras que los buenos sentimientos son siempre virtudes gentiles que nunca provocan hastío. Estos vivirán más felizmente si lo hacen bajo la regencia de un líder bondadoso y no indulgente en exceso, de tal suerte que todos los calificativos positivos sean en él una virtud y no una flaqueza. 

Los puntos de vista de Federico II, considero que el actual lector podrá corroborar, resultan más gentiles y no tienen la aspereza de aquellos de Machiavelli, y no se deja de ser cierto que muchos ejemplos aportado por el último son recurrentes y en ocasiones inapropiados para ilustrar los conceptos que se explican. Es innegable, sin embargo, como ocurre con todo déspota ilustrado del Siglo de las Luces, que en la exégesis del prusiano, a pesar de sus numerosas gracias, es evidente cierta hipocresía en lo que se refiere a la garantía de la felicidad de los pueblos. Machiavelli lega una teoría política de principios pragmáticos de ética dudosa, y Federico II otra opuesta en virtud de una sensibilidad ilustrada, generalmente inconsecuente. 

Deja un comentario