En el presente artículo estudiaremos el mensaje histórico en El sueño de la razón, obra de Antonio Buero Vallejo, estrenada en 1970, en busca de esclarecer si el historicismo de la obra es un recurso puramente posibilista, esto es, utilizado con el fin de pasar la censura franquista, o si aspira también a otros objetivos más ambiciosos.
Tan conocida es la disputa posibilista, comenzada en la década de los sesenta de la centuria pasada, que apenas nos detendremos en dar unos pequeños apuntes acerca de su máximos exponentes. Buero Vallejo, como figura central del Posibilismo, defendía que era deber del dramaturgo escribir para estrenar, ya que el escritor, según sus propias palabras, debía convertirse en una parte de la conciencia de su sociedad, y debía luchar por concienciar a sus conciudadanos. Por tanto, viendo esta concepción transformadora de la literatura, a Buero no le quedaba más opción que ser posibilista, es decir, escribir con la intención de publicar (lo que suponía también una atenuación del mensaje político del texto en busca de pasar satisfactoriamente el proceso censor).
El sueño de la razón puede y debe considerarse como una obra marcada por el posibilismo de su autor, y una de las herramientas que utiliza Buero para suavizar su mensaje es, sin duda, el historicismo. La historia de Goya, ya viejo y vencido por el poder absolutista de Fernando VII que provocaría su exilio a Burdeos, puede tener su equivalente en muchos otros intelectuales que sufrieron un semejante exilio –interior y exterior– tras la Guerra Civil. Esta trama subversiva no podía ubicarse cronológicamente en el presente de Buero, pues la obra sería prohibida completamente, o, al menos, los censores la descuartizarían a base de tachones. Desplazando el tiempo de acción la trama aparentemente pierde su actualidad, lo que provoca un informe más laxo por parte de los censores. Y decimos aparentemente porque para Buero el teatro es actualidad y reflexión social activa. Así nos los corrobora él:
cualquier teatro, aunque sea histórico, debe ser, ante todo, actual. La historia misma de nada nos serviría si no fuese un conocimiento por y para la actualidad, y por eso se rescribe constantementel.
Por este motivo en la obra podemos observar críticas a la violencia y a los sistemas autoritarios en general, y por inferencia, al régimen franquista. Por ejemplo, Wilson Judd señala que la sordera de Goya, en la obra, comenzó treinta y un años atrás del presente diegético, y la obra fue, casualmente, presentada en escena en el año 1970. España también cargaba en aquel momento con 31 años de sordera. Para evidenciar estas críticas al autoritarismo nos basta con acudir a la primera acotación del libro, cuyo objeto es describir la figura del rey:
(La luz crece despacio […] e ilumina a un hombre sentado en un sillón regio
[…] se advierte […] un velador con un cestillo de labor, un catalejo y una
pistola).
En esta primera acotación, Buero nos aporta una gran cantidad de información. Son catalejo y pistola los dos objetos que marcan la deriva de cualquier régimen autoritario. No pretende ser un simbolismo complicado: catalejo que vigila y pistola que reprime. Estos objetos se unen a la mirada inquisitiva del rey para dar cuenta de la hostilidad del reinado absolutista. Y es que, aunque en ningún momento se haya mencionado otra cosa que al rey en su persona, el lector quiere, y le es legítimo, pues este es el posibilismo de Buero, tomarlo como paradigma del gobierno que ejerce. Buero no nos muestra el problema social en sí, nos dibuja a unos personajes teatrales complejos que nos van a ilustrar el problema en su individualidad.
Páginas más adelante, podemos encontrar otra crítica reconocible dirigida a un grupo de poder dentro de la sociedad franquista. En este caso Buero atenta contra la cuestionable moralidad de la iglesia en el momento en el que el padre Duaso sugiere a Goya que debe humillarse ante el rey, porque esto es humillarse ante Dios ya que el monarca tiene un supuesto origen divino. Goya contesta:
Conque el derecho divino ¿eh, paisano? (Duaso asiente.) La sumisión a la autoridad real aunque sea injusta, pues Dios ha dispuesto que los monarcas hereden por la sangre el mando de sus reinos. ¿Doctrina de la iglesia?
Con esa pregunta retórica se burla Goya de una Iglesia subyugada a los intereses del poder. La postura de la Iglesia en estas situaciones es paradójica: Dios es bueno, Dios es justo, ¿por qué habría de disponer para nosotros, por su propia voluntad y derecho, un gobierno injusto y cruento? La institución históricamente ha intentado defender esta postura con los más variopintos argumentos en pos de que no se descubra su funcionamiento como agente político cuando su jurisdicción es, supuestamente, espiritual ¿No se habrían de preguntar lo mismo que Goya los coetáneos de Buero ante el panorama eclesiástico?
Como vemos, la potencia del posibilismo subyace en su poder evocador. Decía Mariano de Paco que Buero siempre ha defendido la oblicuidad como elemento enriquecedor de la literatura y el teatro, palabras que son corroboradas por la visión que expresó el autor sobre este tema para la revista Ágora:
lo implícito no es un error por defecto, sino una virtud en exceso.
El espectador puede ver en la imagen de Fernando VII, vigilante y represivo con su propio pueblo, la sombra de otros Fernandos VII que habitan sus días; puede preguntarse -cómo no hacerlo-, si realmente la Iglesia es capaz de amparar moralmente las desgracias que la rodean sin caer en la más profunda contradicción e hipocresía.
A lo largo de la obra, Buero suelta pequeños mensajes sobre los problemas sociales que circundan a Goya. Y siendo los problemas de aquella España decimonónica tan cercanos a los de su presente escritural, es inevitable que el espectador salte temporalmente en su reflexión hasta su contemporaneidad. Pero en esta obra el historicismo de Buero no tiene por único objetivo hacer una crítica al sistema. El objetivo último de Buero con este drama no es otro que el de hacer reflexionar a los españoles sobre su historia fratricida, historia que alcanzó uno de sus mayores auges en el S.XIX. Dice Doménech al tratar esta obra:
Podemos adelantar que, entre otras cosas, el drama se nos presenta como una sañuda indagación en nuestras discordias civiles. Indagación y, con ella, indignación, criticismo, melancolía.
Se une Buero así al copioso número de intelectuales que han reflexionado sobre el ser de España y su deriva histórica. Buero escapa de la crítica unidireccional en esta obra para crear un mensaje comunitario que todos debemos reflexionar, y es que la historia fratricida de España es trágica en tanto que está regida por las acciones de los propios españoles. «La vida de los corderos no es trágica, sólo lo es la del ser libre». Nuestros antepasados tuvieron la oportunidad de segar el fratricidio y no lo hicieron. Por eso, cuando el presente es herencia de otro conflicto fratricida, Buero nos invita a reflexionar sobre este problema a través de la figura de Goya, que se eleva por encima de la discordia civil y se convierte en conciencia hipersensible de esa lucha fratricida. Todo para que tan negra historia no vuelta a repetirse.
El cénit de esta reflexión sobre España llega en el diálogo que mantienen Duaso y Goya en la visita que el religioso hace al pintor en el inicio de la obra. Es necesario recalcar dos elementos técnicos antes de pasar al mensaje. Por un lado, el formato de la reflexión, por la sordera de Goya, se nos presenta similar a un soliloquio (hecho este, el de la sordera del protagonista, muy loado por la crítica como recurso de innovación teatral). Por otro lado, destaca la utilización de la écfrasis para aumentar la cohesión del texto y reforzar el mensaje en escena. Veamos ambos ejemplos:
Cuando el país iba a revivir lo han adormecido a trancazos, a martillazos…
(Duaso lo mira agudamente. El santo oficio se muda en la Riña a garrotazos. Goya lee) Cierto. También nosotros hemos sido muy brutos.
Vaya trampa, ¿eh, paisano? Porque si me responde que el crimen borra toda justicia, entonces la causa a que usted sirve tampoco es justa. Y si me dice que sí las hay, tornaremos a disputar por cuál de las dos causas es la justa… Así. (Señala la pintura.) Dios sabe por cuantos siglos todavía.
Basten estos dos momentos sucesivos para observar la toma de conciencia de Goya sobre el problema real: la violencia desmedida entre hermanos que no llega a puerto ninguno. Basten también para reforzarnos el parecer de que el drama histórico de Buero Vallejo va mucho más allá de un simple recurso posibilista donde se vierten críticas panfletarias al régimen. El historicismo en El sueño de la razón es una invitación a la reflexión personal y colectiva sobre un pasado y un presente fratricida. Sirvan por último como éxplicit concluyente ciertas palabras que Antonio Buero Vallejo dijo sobre el teatro histórico:
El teatro histórico ilumina nuestro presente cuando no se reduce a ser un truco ante las censuras y nos hace entender y sentir mejor la relación viva existente entre lo que sucedió y lo que nos sucede.

Deja un comentario