Analizamos este largometraje posapocalíptico de Hayao Miyazaki en el que ya se podía vislumbrar la universalidad de su obra
Mil años después de la caída de la civilización industrial (tan esperada por maltusianistas y primitivistas) la Tierra es consumida por el Mar del ocaso, un bosque de esporas tóxicas enraizado sobre un suelo de óxido y plagado de artrópodos aberrantes. Mientras la guerra y el hambre asolan los pueblos a los que no han alcanzado las garras de esta funesta espesura, el Valle del viento se mantiene impasible con su ecológico trajín. Nausicaä, princesa del valle, acostumbra a sumergirse en las entrañas de este mortal reino de insectos en busca de recursos y respuestas, que serán necesarios cuando la paz del valle se vea perturbada.
La humanidad no entiende el avanzar de las eras sin reverenciarse ante la sobrecogedora potencia de la naturaleza, ante la inteligencia viva que hay en el arquitectónico azar de los mundos. Como parte de ella, no puede el hombre sino lanzarse en cualquier hueco de cualquier transporte para reconocerse, como si existiese una complicidad social entre el ser y el cosmos, en las maravillas de la creación. Desde el comienzo de los pueblos, el ser humano es ejemplo consciente de la capacidad reproductiva del poder natural, el animal que agarra las riendas del espacio y el tiempo para fabricar mundos que no existen o para guiar al progreso a rincones accesibles sólo por la mente. Quizás lo primero sea el cine: la carabela, el tren, el submarino, el avión, la nave espacial; uno se lanza en el hueco del asiento y se deja transportar por la pantalla a otros espacios, a otros tiempos. Lo que es seguro es que el cine de Hayao Miyazaki es lo segundo: la naturaleza que se eleva a sí misma, el indomable espíritu creador del hombre.
Conformar el pensamiento con manos de demiurgo
La estética fantástica de sus películas se entremezcla con su discurrir ideológico, empapando historias, escenarios y personajes de una vitalidad asombrosa. De esta manera, el autor japonés se rebela ante nuestra realidad construyendo una propia con la misma fuerza, e induce a los espectadores a confrontar ambas para moldear la relación de éstos con el mundo. En Nausicaä del valle del viento la tierra contaminada no es el telón de fondo de un drama posapocalíptico, sino que se interrelaciona con el resto de elementos invitando a reflexionar sobre la contaminación de nuestro propio planeta. Las diferentes dimensiones que irradian dichos elementos se ven materializadas a través de la animación.
En el Mar del ocaso la crueldad se abraza con la belleza a través de aldeas reducidas a polvo y gráciles danzas de esporas, creándose un contraste mediante los colores y las formas en las escenas que atañen al bosque. Desde la óptica de Yupa, el explorador guerrero, podemos ver un lugar dibujado de miedo y desesperanza, con planos que se centran en gases tóxicos, en los efectos devastadores, en la actitud agresiva y territorial de los insectos y en sus espeluznantes cuerpos. Desde la óptica de Nausicaä, el territorio contaminado es un oasis de calma, el hábitat seguro lejos de la mano hostil del hombre y los planos se centran la majestuosidad de la naturaleza libre y el deslumbramiento que producen los seres del bosque. Aunque ambos personajes investigan las incógnitas en torno al Mar del ocaso, la dualidad de este desastre natural configura sentires muy diferentes a su respecto: el rechazo y prudencia que siente el espadachín por la empatía y la cercanía de la princesa; una dinámica que se repite entre el resto de espacios y personajes.
Los habitantes del Valle del viento se pintan sobre aguas limpias y bosques frescos. Los planos hacen especial hincapié en el buen aprovechamiento de los recursos naturales: el viento que mueve los molinos y el planeador, las plantaciones cuidadas artesanalmente y su afectuoso cuidado para evitar que las esporas florezcan. La actitud de los ciudadanos del valle frente al desastre natural genera un modelo productivo basado en la cooperación, la confianza y la distribución justa del trabajo y sus productos. Sin embargo, esto no evita que los efectos de las esporas contaminen poco a poco sus cuerpos o que la nación de Tolmekia invada sus tierras infectando sus aguas y sus bosques. La maraña de interrelaciones se sigue tejiendo y en este caso el respeto hacia el Mar del ocaso y la fe ciega en sus intelectuales (Nausicaä y Yupa) forman parte del imaginario cultural del valle, propiciando las diferentes acciones que desarrollan la trama.
Nunca llegamos a ver Tolmekia como tal, pero su actitud frente al bosque se personifica en la figura de Kushana, una mujer impertérrita que busca someter a los pueblos bajo su yugo utilizando una máquina de guerra ancestral, el Guerrero gigante. La ignorancia frente al Mar del ocaso y su afán conquistador lleva a Tolmekia a agravar el problema medioambiental que sufre la Tierra, intentando quemar el bosque, sin saber que éste purifica el planeta. A Pejite le sucede lo mismo, la venganza contra Tolmekia ciega a su gente y acaban expandiendo todavía más el territorio contaminado hacia su propio país y hacia el Valle del viento, para recuperar el Gigante guerrero y hacer un uso «pacífico» del mismo. La animación se centra en la destrucción generada por estos países, enfocando las gigantes y grotescas máquinas de guerra de Tolmekia y subrayando las maquiavélicas acciones de los habitantes de Pejite.
Dialéctica entre realidades, acciones contra problemas
La relación simbiótica entre el hombre y la naturaleza en la Tierra de Nausicaä adquiere los mismas dimensiones que la existente en nuestro planeta. Esa semejanza permite extrapolar las diferentes actitudes de la película a nuestro plano de la realidad. La guerra y la lucha contra la naturaleza quedan ridiculizadas por la investigación de Nausicaä y por las dinámicas del Valle del viento, de la misma manera que ha quedado ridiculizado el afán continuista de nuestro modelo productivo. Salvar la Tierra se convierte un eslogan vacío al cambiar los combustibles fósiles por la electricidad en un mundo donde la generación de electricidad y los procesos industriales suman el 80,4% de las emisiones; todo sea por no sacrificar el sacrosanto automóvil y la acumulación del capital. Los maltusianistas, que aplaudirían a Tolmekia ya que «la sobrepoblación no deja recursos para todos», reciben un revés de mano del Valle del viento ante los milagros que pueden ejercer la cooperación y la distribución justa de los productos del trabajo del hombre. Un revés que primitivistas aprovecharían para hacernos retroceder a la Edad de piedra de no ser porque el mismo valle demuestra su incapacidad para poner freno a la contaminación y dignificar sus condiciones de existencia. Con la ambigüedad de los desastres naturales en una mano y las dinámicas del sistema en la otra, Hayao Miyazaki da forma a una realidad que destapa las vergüenzas del ecologismo sin carácter de clase. El japonés armoniza sus mundos para, en el proceso, cambiar el nuestro.


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