La voz narrativa femenina

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Hace tiempo que está surgiendo un importante debate dentro del mundo académico literario sobre si existe o no la voz narrativa femenina, si cabe hacer una distinción de género dentro de la literatura y cómo esto afecta dentro de ella.

Han sido numerosas las personalidades que han intentado abarcar la problemática. El discurso se ha llenado de nombres como el de Ana María Matute que afirmaba, sin que le temblase la mano, que no se podía distinguir entre literatura masculina y femenina, sólo entre literatura buena, mala y mediocre.

Sin embargo, Lucía Extebarría , en ‘La Eva futura’ en seguida argumentaba:

Yo, sin embargo, creo que el sexo del autor (como su religión, su raza o su opción sexual) condiciona sus escritos, porque la literatura a la postre no es sino un modo de universalizar la experiencia, de convertirla en trascendente”. (Etxebarría, 2000, p.111)

Otro ejemplo distinto es el de Esther Tusquets, que reivindica que la literatura sí está condicionada por el género:

“Yo encuentro que la literatura es una, pero dentro de ella se pueden hacer múltiples divisiones, y una división lícita es entre femenino y masculino. Sigue habiendo en el mundo características de una y otra condición, y cuando uno se sienta a escribir lo hace con todo lo que es, y eso se plasma. Yo no podría negar que mi literatura está escrita por mujer”.  (Tusquets, 2000).

Estas opiniones ponen en manifiesto la controversia respecto al tema que se intenta abarcar. El problema se reduce a una pregunta a la que todavía nadie ha sabido contestar satisfactoriamente: ¿tiene género la literatura? ¿Es la pertenencia a uno de ellos relevante a la hora de escribir? ¿Ser mujer produce un resultado literario específico?

Los que defienden el concepto hablan del factor de la experiencia como aquel que permite el nacimiento de la literatura femenina. Dice Lucía Etxebarría que “Hombres y mujeres vivimos experiencias en parte idénticas y en parte distintas y nuestra visión del mundo (…) está condicionada a ser diferente en función de nuestro género”. “Las mujeres tenemos nuestro propio estilo y ámbito de creación, porque la creación es inherente a lo que el escritor o la escritora vive”

Si ya las diferentes autoras discrepan entre ellas, a nivel general, las opiniones respecto a este tema conforman un amalgama de lo más diverso… y polémico.

En primer lugar, en este escenario aparecen un sector de críticos, académicos, doctores y periodistas que aceptan la existencia de una literatura de mujeres, pero por lo general, no le dedican a este fenómeno una reflexión y estudios consecuentes con la dificultad de este. También aparecen aquellos que admiten y destacan la existencia de una literatura femenina, pero utilizan el término desde una mirada despectiva, calificándola de literatura menor, superficial, comercial, “romanticona”, destinada a un público femenino masivo. 

Muchas autoras son víctimas de esta concepción peyorativa de la literatura femenina lo que les lleva a rechazar y despreciar la calificación de lo femenino. Véase por ejemplo una entrevista con Belén Gopegui donde le preguntan lo siguiente:

“Cuando yo leo un libro tuyo no sé si lo ha escrito una mujer o un hombre, cosa que no me pasa con el resto de las escritoras. Es más, cuando te leo, tengo la sensación de leer a un hombre. ¿Es la inteligencia una cualidad masculina?»

A lo que ella responde lo siguiente:

«Yo a veces leo libros de hombres y me parece que los han escrito mujeres, es decir, que reproducen los clichés de lo femenino que vende. La inteligencia es una cualidad escasa, al menos hoy, es una facultad general, pero muere por falta de uso”. (Gopegui, 2001).

A la par de estas afirmaciones y posturas, también hay un importante sector que no acepta dicha división de la literatura. Estos reafirman su discurso argumentando que no existen diferencias constatables entre las obras escritas por mujeres y aquellas escritas por hombres.

Por lo tanto, en base a lo anterior, cabe preguntarnos qué lenguaje hablan las mujeres. Esto implica necesariamente reflexionar también sobre las formas a través de las cuales se expresa la diferencia en la lengua. Los dos planos de análisis (lengua y género) plantean una interacción, porque la lengua establece y construye en su estructura diferencias de géneros, que después los hablantes, y las mujeres en particular, asumen como propios. Como dice Silvia R. Ponce «para ser mujeres también hay que hablar de un modo determinado».

Perspectiva Histórica

Volviendo a la pregunta inicial sobre si podemos hablar de diferencias entre la literatura escrita por hombres y por mujeres debemos hacer un repaso de cómo esto se ha ido desarrollando a lo largo de la historia.

Es preciso destacar que hasta el siglo XIX pudo hacerse una separación general, con muchas salvedades, entre estas dos formas de narrar. La voz masculina se caracterizaba con el empleo constante de un tono autoritario haciendo uso de los narradores omniscientes y una ampliación de la trama espacial y temporal. En contraposición con lo anterior, la literatura escrita por mujeres se caracterizaba por el uso de la primera persona y la recurrencia de los temas domésticos y familiares.

Se sabe también que las mujeres, por ejemplo, han estado durante muchos siglos más cerca de la literatura oral que los hombres. Ellas han transmitido, enseñado, cuidado y creado la mayoría de la literatura oral del planeta. Canciones de cuna, cuentos, leyendas, romances… forman parte del acervo cultural de las mujeres. Estas accedían a la escritura de una manera más doméstica, en sus casas o conventos, y por lo tanto, crearon obras que hablaban del mundo en que habitaban, de aquella pequeña esfera que al fin les pertenecía.

En esta época, la producción del pensamiento de las mujeres estaba por un proceso de crisis personal y de autoconciencia. Al tomar consciencia del carácter social de la subordinación, la escritora buscaba otras fuentes de autoridad para sus palabras y para sus experiencias separándose del patriarcado y construye lo que llamamos orden simbólico, es decir, esta empieza a nombrar de nuevas maneras a las cosas, las relaciones, en términos que da sentido a otro régimen de mediación.

Por lo tanto, es a través de esta nueva palabra, de este orden simbólico cuando empieza a representar la experiencia propia sufrida, consiguiendo transgredir el canon establecido con un lenguaje desprejuiciado y valiente.

De todas formas, aunque se hable de estilos, registros o variedades lingüísticas, se hace referencia a la confluencia de una serie de rasgos preferenciales que parecen caracterizar los usos lingüísticos femeninos. Estos rasgos afectan a una amplia serie de fenómenos de orden diverso articulados en el plano fonológico, sintáctico y léxico semántico.

Es muy compleja la problemática del tópico femenino en la literatura. La crítica feminista pone en relieve algunos temas habituales: la interpretación de la sexualidad femenina fuera de los límites tradicionales, el protagonismo de las relaciones madre-hija, el discurso autobiográfico, la presencia de lo cotidiano y lo concreto, la exposición de experiencias negativas, entre ellas relaciones amorosas fallidas y la negación del matrimonio.

Perspectiva feminista

Junto con la perspectiva histórica, los diferentes movimientos feministas que se han ido desarrollando a lo largo de los tiempos también han intentado dar respuesta a esta pregunta. Existe una controversia entre quienes plantean que no existe una diferencia entre la literatura escrita por hombres y aquella escrita por mujeres, entre otros argumentos porque el lenguaje es solo uno, o bien, porque fundamentan su opinión en el feminismo de la igualdad, que rechaza de plano las diferencias entre ambos sexos.

Los estudios feministas de la escritura femenina parten del presupuesto de que toda escritura y, por extensión, toda producción cultural está marcadas por el género, pero también parten de la convicción de que, en el caso de la producción por parte de las mujeres se trata de un diálogo bitextual ente la tradición masculina y la tradición femenina, ya que la literatura femenina tiene lugar dentro del contexto de los discursos masculinos dominantes más que fuera de éstos.

Por esta razón, toda escritura femenina tiene una doble voz. Es importante señalar, que no podemos pensar en una cultura patriarcal uniforme sino más bien en distintas estructuras intelectuales e ideológicas que aparecen como dominantes en diferentes periodos históricos y en cada sociedad. De este modo, la posición de las mujeres siempre ha sido doble, ambigua, al encontrarse tanto fuera del orden cultural y las ideologías y valores dominantes como dentro de la sociedad que los produce. Por esta razón, la cultura femenina ha sido una especie de subcultura silenciosa o enmudecida al margen de la cultura dominante.

«Las mujeres debemos recolectar nuestros relatos y a la vez aprender a releer los relatos de los hombres con los que nuestra mirada y nuestra voz han sido alfabetizadas. El canon y sus márgenes. Esos escritores y artistas a los que no podemos renunciar porque forman parte de nuestra manera de entender el mundo”.

Marta Sanz, 2018

Surge entonces la compleja duda de si es posible hablarnos solo con nuestras nuevas propias palabras, renunciando así al lenguaje del opresor. Ante esto, la poeta y ensayista americana Adrienne Rich contestaba diciendo: “lo necesito para hablarte”.  Quizás lo coherente es entender que necesitamos ese lenguaje si queremos conocer el origen de nuestros deseos, la legitimidad de nuestra indagación, la extrañeza, nuestras reivindicaciones. Y más concretamente, con qué tipo de mecanismos nos están violentando.

Continuando con Marta Sanz ella escribe que,

“la resignificación del lenguaje forma parte del trabajo cotidiano de las escritoras. Forma parte de la intrepidez de la mirada y la construcción de una voz por parte de las mujeres que escriben desde la consciencia de la mayoritaria masculinidad de sus fuentes, desde la búsqueda de madres culturales en el imaginario, y desde la pulsión de hablar desde otro sitio, con otra voz y de otros asuntos seguramente tan universales como el ardor guerrero o la desbordada pasión de los hombres que la mataron porque era suya”.  (Marta Sanz, 2018).

Históricamente los hombres se han legitimado para representar a las mujeres, sus cuerpos, – los desnudos de Tiziano, los mármoles de Bernini- y sus voces. “Los varones modulan todas las frecuencias y se meten dentro de cada cuerpo con la sabiduría y la sensibilidad que les concede la destreza adquirida a lo largo de la historia y el volumen desmesurado de la masa de sesos albergada en su vaso cerebral”. (Marta Sanz, 2018).

Por el contrario, en la representación del personaje masculino a las escritoras se les exige que sean más cautas, pueden hablar de lo propio, que nunca es lo universal. Se les limita el derecho de salir de sus casillas y emprender la representación de un hombre. Parece que solo el escritor es el andrógino capaz de reflejar las polifonías del mundo. Dice Marta Sanz:

“Nuestros espacios de escritura se estrechan perversamente: no puedo escribir de lo que sé y es genéricamente mío porque solo les importa a las mías, no puedo explorar otros territorios, tampoco puedo hablar de lo que pertenece a otros siempre mejor dotados que yo”. (Marta Sanz, 2018).

Lectoras y lectores

Otro tema que resulta relevante tratar es el que señala directamente a las lectoras y lectores.  ¿Es el género determinante en los gustos literarios?

Durante la historia las mujeres fueron privadas de acceder a la lectura de las grandes obras. Sin embargo, ahora las posibilidades de acercarse a cualquier tipo de creación escrita han crecido notablemente sin importar el desprestigio de la crítica: novela sentimental, best sellers, policíaca…

En cuanto a los hombres, se ha ido comprobando que sus lecturas generalmente giran en torno a escritores masculinos.  Algunos críticos opinan que el rechazo de los hombres a leer la literatura femenina resulta un claro ejemplo de que la literatura escrita por mujeres sigue estando negativizada. Una de las causas importantes es que se ha estigmatizado a las mujeres, determinando que éstas sólo escriben sobre mujeres y la experiencia femenina. Esto nos lleva a concluir que se sigue sobreentendiendo que, cuando un hombre narra su vida está contando el mundo mientras que cuando es una mujer la que narra su vida, se limita a contar su vida, no el mundo.

Sin embargo, la mujer ha tenido que esperar hasta mediados del siglo XX para encontrar una identificación con las protagonistas de las novelas, una imagen a través de la cual sentirse reflejada, independientemente de la ubicación espacio-temporal, del argumento, incluso del carácter del personaje. El distanciamiento entre lectoras y protagonistas a lo largo de la historia de la literatura viene provocado básicamente por la condición social de estas (princesas, vírgenes, santas…) y por ende, por su ausencia de cotidianeidad. Es necesario hacer alusión también a las características psicológicas de las mismas; así, gran parte de las mujeres de la narrativa decimonónica padecían achaques atribuibles a la neurastenia.

Las mujeres fueron durante toda la historia escritas por hombres. Quizás esa ausencia de una descripción interiorizada desde la propia mujer, a pesar del ingente esfuerzo realizado por escritores como Zola, Flaubert o Clarín provoca un extrañamiento en el intento de identificación por parte de la lectora.

Actualidad

Las escritoras contemporáneas, independientemente de su adscripción a una corriente feminista, son conscientes de las novedades que su escritura puede adoptar a la sociedad y del interés que el contenido de su mensaje suscita,

“De tal manera que no se limitan a imitar a sus coetáneos o a los clásicos, como ocurrió en obras de épocas anteriores escritas por mujeres, sino que, una vez demostrada su capacidad para la creación literaria y alcanzado su puesto en la sociedad, se sienten libres de escribir sobre sus propios fantasmas y no sobre los ajenos, utilizando el discurso literario como medio de transmisión de sus propios planteamientos sobre la realidad”. (Moliner, 1998)

Como establece Genette; «Una de las grandes vías de emancipación de la novela moderna ha consistido en llevar hasta el extremo, o mejor, hasta el límite, esa mimesis del discurso, borrando las últimas marcas de las instancia narrativa y dando de entrada la palabra al personaje».

Sin embargo, a pesar de esa tendencia general en la novela contemporánea  al uso de la narrativa personal, el grado de intimismo y por lo tanto, la ruptura total  de la mimesis del discurso es mayor en la novela femenina. Esto es debido al proceso de introspección que realizan las narradoras al relatar sus recuerdos del pasado y, a partir de los mismos, la ordenación de sus propias vidas, un hecho inusitado hasta el momento, tanto más cuando se trata de las manifestaciones de las silenciadas, con todo lo que ello conlleva de psicologismo narrativo.

Gracias a ello, se deja de poner el foco en la mujer dentro de situaciones exigentes y extremas. Estas conllevan a la realización de un determinado comportamiento, donde quedan reducidas al mismo, como ha venido ocurriendo con la mayoría de las protagonistas femeninas a lo largo de la historia de la literatura. Ahora la mujer inserta en la novela, la personaje, está llena de cotidianeidad y naturalidad dentro de un mundo en el que se desenvuelve con las dificultades y facilidades que este permite.  

Aun así, no podemos agrupar bajo un único criterio la diversidad de estilos, lenguajes, formas y temas a través de los cuales las escritoras han procedido a su andadura, aunque si estamos en condiciones de hablar de una palabra de mujer que aparece al asumir las escritoras no sólo su diferencia sino la virtud de ésta como valor positivo y colectivo. Como señala Montserrat Roig: la mujer es tan contradictoria, compleja, ambigua e indefinible como lo es el hombre»

La mujer, ficcionalizada en escritora, después de un proceso en el cual abandona la imagen de sí misma como aceptación de la idea masculina de lo que debe ser, deja de verse como aislada e individual al conocer y contrastar las vivencias y los puntos de vista de las demás mujeres, y, lo que es más importante, deja de observarse como el otro, encontrando de este modo otras posibilidades distintas a las que ofrece la simple imitación de los valores masculinos.

Conclusión

Podríamos concluir diciendo que quizás es la lectura la que otorga este carácter de feminidad, no la autoría. Por ello muchas mujeres no se identifican con la perspectiva femenina. Quizás es la recepción y la interpretación lo que determina la feminidad, no la producción del mensaje.

La literatura femenina está compuesta por aquellas obras literarias a las que podemos atribuir una perspectiva femenina. Esta posibilita la entrada de experiencias que parecían haberse quedado fuera del mundo hasta el momento de ser nombradas. Pensar en las mujeres exige pensar en plural, en la confrontación entre diversos puntos de vista, en las singularidades, en las coincidencias, en las constantes. Las mujeres a través de la literatura han conseguido abrir espacios de comunicación para dar y darse nombre, para entrar en contacto con un mundo prohibido. 

  • Este artículo no hubiese sido posible sin el apoyo de Eduardo Pérez-Rasilla que me acompañó en el proceso de investigación, así como me recomendó lecturas y me guío en este pequeño proyecto. Desde aquí mi más sincero agradecimiento.

3 respuestas a “La voz narrativa femenina”

  1. Avatar de María Rodríguez
    María Rodríguez

    irea podría leerte todo el día y no me cansaría

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  2. Avatar de Marisa Adrover
    Marisa Adrover

    un placer leerte cariño

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  3. Avatar de Juanmi
    Juanmi

    Irea, cada vez escribes mejor. Es un gusto leerte de verdad. Sigue así. Ahora voy a dar un juicio (para nada solicitado) respecto al tema, que para nada es una contrarréplica a Irea, pues ella ha abordado el tema de forma objetiva. Vaya esto por delante.

    El debate sobre si debe hacerse distinción entre literatura masculina y femenina es en sí un erotema, es decir, una pregunta, una cuestión que nunca tendrá una respuesta final pero que sirve para entretenerse en los suburbios de la literatura. Los supuestos entendidos creen que hacen algo importante al intentar resolver esta cuestión pero solo están dando vueltas en círculos.

    Para responder a si se debe dividir la literatura en masculina y femenina antes habría que dar una definición de «literatura» y una definición siempre polémica de «masculino» y «femenino». Como falta este rigor conceptual, característico de la sociedad del Tik Tok, me aventuro a decir que la literatura depende siempre de un autor, que es el que escribe, y ese autor o autora tiene un bagaje no solo cultural, social y económico, sino un género que ha condicionado irrevocablemente su forma de percibir el mundo y, por tanto, su forma de enfocar la realidad (véanse los numerosos estudios neurológicos de la diferencia perceptiva de los cerebros del hombre y de la mujer).

    Por penúltimo, es importante decir que la distinción tendría sentido sobre todo en poesía, narrativa y teatro (es decir, en los géneros de la ficción), puesto que en un ensayo o un trabajo académico (erróneamente considerados literatura) no se percibe ni debe percibirse esta distinción. Y si se percibiera, es que el autor o autora no está siendo objetivo.

    Es un debate que nos entretiene pero que nos bifurca de la pregunta realmente importante: ¿qué es y qué no es literatura?

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