Premio Nobel: Hagan juego

Published by

on

De ahí puede surgir el origen de otro descubrimiento
más importante todavía por el que el rey sueco pueda inclinarse sobre
nosotros hablando en latín o en inglés macarrónico con acento no de
rubia mideluéstica y dar a Amador -al mismo Amador, vestido de pijama
a rayas ya que no le da para frac- el codiciadísimo, el único.

Luis Martín Santos – Tiempo de Silencio

¿Qué requisitos hace falta para ganar el Premio Nobel? Según los estándares oficiales, este galardón se debe entregar cada año «a quien hubiera producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal». Unos parámetros complicados, por otro lado, dado que tanto el carácter superlativo de una carrera literaria como su ‘dirección ideal’, entendiéndose esta como la que aporte «el mayor beneficio para la humanidad», son términos algo vagos, sobre todo teniendo en cuenta la gran cantidad de candidatos que hay cada año, y la fuerza simbólica que emerge del propio galardón.

Pensémoslo, ¿no es acaso un reclamo comercial? Cuando Jon Fosse ganó a finales de 2023, en España solo había una pequeña editorial que publicaba sus obras en castellano: De Conatus. El mismo jueves en el que salía el anuncio, Pengüin anunciaba una adquisición de los derechos para publicar todo lo que se pudiera y más. El resto es fácil de adivinar: faja dorada -siempre son doradas-, Premio Nobel de Literatura 2023, el precio sube, las ediciones se agotan enseguida. Pero en la cubierta y en la contracubierta también es frecuente la palabra ‘candidato’, un reclamo menor pero eficiente. También revelador. Porque ser candidato al Premio Nobel ya otorga un valor, o mejor dicho, una garantía de que lo que se va a leer ‘puede’ ser bueno, y ‘puede serlo’ porque una autoridad lo legitima. Ya hace bastante tiempo, comprendimos que las instituciones son capaces/responsables de construir nuestra realidad. De hecho, es tal el poder de la Academia, que también construye una garantía en su forma negativa: los que nunca ganaron, como si su trascendencia a lo largo de las décadas y los siglos estuviera también relacionado no con que ganaran o no ganaran el premio, sino con que simplemente el premio existiese mientras ellos existían.

La prueba: hay muy pocos premios en los que, además de quién lo ganó, sepamos también los nombres de quienes no lo ganaron, vinculando su grandeza a la injusticia, o a la irrelevancia, del reconocimiento público. Y puede, incluso, que para los amantes de la literatura, la ‘lista Nobel’ sea una lista con más ausencias que presencias—ni Cortázar, ni Duras, ni Borges, ni Woolf, ni los otros dos autores que, hasta hoy, hemos presentado en la revista —. De hecho, es tan amplio y se ve que tan dolorosa esta realidad que hay incluso un Nobel alternativo, el New Academy Prize in Literature, desde donde 2018 trata de hacerse justicia con los injustos perdedores, a los que los afortunados deben recordar:

Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa. Ambas se alegran de haber sido invitadas al convivio de la vida nórdica, toda ella asistida por su folklore y su poesía milenarias

Gabriela Mistral – Discurso de aceptación del Premio Nobel (1945)

Sin embargo, creo que tampoco hay que dejarse llevar por la indignación: a veces nos olvidamos de que el verdadero problema, o mejor dicho el bendito problema del premio, es que hay un exceso de escritoras y escritores que podrian llevarse el gato al agua.

Conocedores de la fórmula

Aunque el catálogo de merecedores sea prolífico y de todos los colores, en realidad sí que se puede hacer un listado un poco más concreto de lo que en la Academia Sueca precisan: una calidad literaria alta, un estilo definido, una edad entre avanzada y muy avanzada, otros premios internacionales y, casi siempre, contar con traducciones en las lenguas centrales del canon literario: inglés, francés, español, italiano… ¿y sueco? —la duda es real—. Ah, y otro punto fundamental, no meterse en demasiados problemas a nivel político, es decir, no ser comunista —….ni Alberti…—, no ser fascista—…ni Ezra Pound…— y no tener antecedentes penales, salvo que los mismos sean por haberse enfrentado al comunismo o al fascismo. Luego los escandinavos hacen y deshacen con estos criterios. En raras ocasiones, una obra destacada es suficiente como para perdonar todo lo demás, como en el caso del galardón a Peter Handke… En la inmensa mayoría, no caerle bien a nadie ni querer saber nada de nadie puede también pasar factura, como le ocurrió a Milan Kundera y muy seguramente se dé con Michel Houellebecq.

Para quien piense que, quizá, estamos pecando de cínicos, dejo aquí el primer párrafo de un artículo de The Guardian sobre el galardón:

Piense en un escritor, cualquiera. Sume el número de veces que su obra ha sido prohibida, censurada u ofendido a la mayoría moral, y multiplíquelo por el tamaño de su reputación internacional. Divida el resultado por su estado de salud actual más la edad media de los miembros de la Academia Sueca y ¡listo! Ya tenemos al ganador del Premio Nobel de Literatura de este año.

Pero, ¿para qué hablar ahora de este Premio si se da en Octubre? Siendo honestos, esto al principio iba a ser un artículo sobre un escritor al que veremos pasear su medalla por Estocolmo más pronto que tarde. Pero he aquí que, con la introducción, he caído en que quizá este era también un buen momento para abordar el tema. Más o menos, medio año desde que le entregaron a Jon Fosse el último, medio año para que caiga el próximo… Si existe la equidistancia, este es el mejor momento para hablar del premio más importante de la literatura a nivel mundial. Además, coincide que en el último mes han fallecido varias personas que algo podrían decirnos sobre el Premio: dos porque no lo ganaron nunca, como Paul Auster o Marysé Condé -ganadora del New Academy Prize-, y otra que sí tuvo ese honor: Alice Munro.

El caso de esta última es quizá el más llamativo, porque deja al descubierto uno de los mecanismos menos visibles del Premio: las apuestas. Resulta muy difícil encontrar información sobre los detalles de este negocio. Cuánto dinero mueve, quién, dónde, cómo… y aún desconociéndose, lo cierto es que cuando se acerca octubre, lo primero que hacemos es comprobar qué autores y autoras encabezan las listas de las casas de apuestas. Sí se sabe, por ejemplo, que estas contratan a gente que, de manera exclusiva, se dedique a analizar las probabilidades de cada candidato: no solo su obra, también el contexto (¿quién ganó el año pasado?), las redes sociales, la actualidad más fresca para que Murakami siempre esté el primero aunque todos sepan que no ganará nunca, para que de lejos aparezca Stephen King y antes de él varios narradores chinos, varias poetas iberoamericanas, varios demasiado jóvenes, varias demasiado viejas. Y tal vez fue el ‘caso Munro’ una de las ocasiones en las que se intuyó que esos expertos de las casas de apuestas tenían acceso a algo más que a su propio análisis. El día antes de que se anunciara al ganador/ganadora, Alice Munro pasó de ser una candidata más en esa lista infinita a ser la segunda… Y sí, solo por detrás de Murakami.

Tengo una definición del novelista caballeroso:
Primero, él no habla sobre el impuesto a la renta que ha pagado; segundo, él no escribe sobre sus exnovias o sus exmujeres;
y, tercero, él no piensa en el Premio Nobel de Literatura.

Haruki Murakami – Twitter

La inmortalidad de pago

En 2018, por lo tanto, no sorprendió demasiado que desde la Academia reconocieran filtraciones del nombre del ganador. Las casas de apuestas no reconocieron nada, simplemente se aseguraron de que quedara claro que ellas no ganaban mucho dinero con esa rama del negocio. Y tal vez sea verdad, pero por el motivo que fuese, no mencionaron lo rentable (incluso más rentable que el dinero) que les resultaba, durante unas semanas, aparecer en todos los medios de comunicación, dirigir incluso, aunque sea solo un poco, la atención hacia un escritor u otro y por lo tanto hacia una u otra editorial. ¿Cuál sería el coste económico de esa influencia, de esa atención mediática a nivel internacional?

Munro, que sin duda se merecía el ansiado Premio (no por nada la llamaban ‘la Chéjov canadiense’) ganó por la misma razón por la que no ganó Maryse Condé ni ganó Auster. Lo único menos rentable que que gane una mujer negra nacida en Guadalupe con una destacada obra que indaga en la cultura africana, es que gane uno de esos escritores al que todos queremos y por tanto todos votaríamos. En vez de eso, mejor dárselo a otro africano, un hombre nacido en Tanzania pero educado en Inglaterra, o a un cantante cuyas letras dan para una bella antología, para que la sorpresa siga siendo sorpresa… pero sin pasarse. Y en ese tenso equilibrio, en esa fórmula exacta donde todos tienen que acabar ganando: la imagen del premio, el negocio de las apuestas, los mass media, la buena literatura… es ahí donde, con la colaboración de todos, se construye la inmortalidad.

No sé dónde lo leí ni soy capaz de recordar quién lo dijo, pero la frase no puede ser más cierta: «Sí que existe otra vida después de la muerte, pero es de pago». No pretendo desprestigiar aquí a quienes han logrado ganar el pretendido galardón, tampoco restar valor a un premio que reconoce la -sacrificada, meritoria, brillante- carrera de los mejores escritores. La intención de este artículo es, entonces, recordar que ‘la inmortalidad’ no se libra tampoco de la circulación del capital, ni del fetichismo de la mercancía. Pero acaso lo peor sea pensar, aunque sea solo en parte, que la ‘otra-vida-después-de-la-muerte’ la otorgan los premios, y no los libros. Dejemos el Nobel para los que no conocen la literatura, para los que pagarían -y muchos pagamos- veinte euros por un libreto de Annie Ernaux, faja dorada incluida; o para los que ni siquiera piensan en todos aquellos vencedores de antaño de los que ya ni siquiera se habla, porque incluso el Nobel y las injusticias intelectuales y hasta «el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros» de la que hablaba Kafka sucumben frente al olvido. Faltan seis meses para que anuncien el próximo Premio Nobel: hagan sus apuestas.

Deja un comentario