Traducimos la prosa embriagadora de Amor entre los almiares
David Herbert Lawrence nació en Eastwood, Nottingham, en el año 1885 y murió por una larga tuberculosis en 1930. Se le tildó de pornográfico por sus novelas, siendo el ejemplo más representativo El amante de Lady Chatterley, y llegaron a censurarlo y a prohibirlas. Sus representaciones de aquellos encontronazos sexuales como forma de conocimiento inmediato no caían bien en la sociedad británica de principios del siglo XX. Como autor, cultivó todo tipo de géneros: novela, poesía, teatro, ensayo, cuento y novella; estos dos últimos son aquellos por los que más se le reconoce y en los que alcanzó una maestría total gracias a influencias de toda la estela ‘chejoviana’. Tanto sus dos grandes novelas, El arco iris y Mujeres enamoradas, como su obra poética también han gozado de un reconocimiento notorio en los círculos literarios anglosajones.
El fragmento que he elegido es un extracto de la tercera parte del cuento Amor entre los almiares, muy popular dentro del mercado editorial anglosajón; en ocasiones se publica en solitario y otras veces da nombre a recopilaciones. Recalco su trayectoria y relevancia para contrastarla con la que ha tenido en nuestra lengua, poca. Este cuento de unas cincuenta páginas fue traducido y publicado por primera vez en 2007 por Pilar Mañas. A cargo de editar y recopilar los cuentos de D. H. Lawrence para unos bonitos volúmenes de la Editorial Debolsillo, ella misma se encargó de traducir aquellos que se encontraban inéditos en ese momento. Su trabajo en esta pequeña obra es excepcional: me congratula apreciar el mimo y el respeto que muestra a la prosa y a las elecciones léxicas. Por otra parte y con mucha pena, ya que respeto muchísimo la profesionalidad y el compromiso de la Editorial Páginas de Espuma (las mejores y más cuidadas recopilaciones de cuentos tienden a ser suyas), no puedo decir lo mismo de la labor que realizó Amelia Pérez de Villar en 2022. Esta disciplina ha conseguido otorgarle un rol cada vez más protagonista al traductor: es esencial y justo, claro está. Pero, en ocasiones, esa libertad y creatividad que se le otorgaron al traductor para que pudiera huir del prescriptivismo nocivo acaban dando lugar a un resultado final que dista demasiado de la obra original. En la traducción literaria ha de primar el respeto al autor y a sus intenciones. Estas herramientas que separan a la traducción del original deben usarse principalmente para eliminar barreras entre lenguas y culturas, y para transmitir al lector un mensaje que a veces no puede llegar inalterado.
Volviendo al cuento, está inspirado en los días que Lawrence pasó en Greasley recogiendo heno a principios del siglo XX. La publicación de este relato tuvo que esperar hasta 1930, nueve meses después de la muerte del autor, a pesar de haber sido escrito en 1911. Relata la historia de dos hermanos que desean empezar a conocer los misterios del amor entre arduas jornadas de trabajo rural. Lawrence juega con ellos como si fueran marionetas para revelar todas las dimensiones humanas de la atracción sexual, les hace enemistarse y, finalmente, reencontrarse. Para ello describe varias relaciones sexuales a lo largo de Amor entre los almiares; también lo hace en el resto de su obra, recordemos que es uno de los aspectos más relevantes de la misma. Sin embargo, elegí este fragmento por encima de los demás por dos motivos principales: la excelencia y belleza embriagadoras de la prosa cargada de matices sensoriales que me parecieron un reto traductológico seductor y para compartir con los lectores esa sensualidad etérea que el autor crea de la nada, sirviéndose únicamente de unas flores silvestres y agua. Para llevarlo a un plano más actual, me evoca sensaciones parecidas a las que consigue provocar aquella célebre escena que comparte Elio, el protagonista de Call Me by Your Name, con un melocotón.

Comentario de la traducción
Al ser un texto inglés, me alegra saber que un porcentaje mayor de los lectores podrán disfrutar de la lectura en paralelo del fragmento en ambas lenguas. En esta ocasión, quería comentar dos aspectos de mi trabajo: cómo traducir «haystacks» en el título y los nombres de las distintas flores. Para la primera cuestión, se ha de equilibrar la elección teniendo en cuenta la cantidad de conocimiento del léxico rural del público objetivo, que asumo prácticamente nula, y la precisión semántica del término que acabemos eligiendo. El diccionario de la Real Academia Española nos ofrece un sorprendente número de alternativas (almiar, balaguero, bálago, nial, niara, henazo, borguil…). De entre ellas descartaré todas las variantes que tengan un carácter regional y me quedaré con la opción más llana y común, que definitivamente es «almiar». Aun así, no es una palabra que esté en el día a día de un gran número de personas, así que, muy a mi pesar, seguirá existiendo cierta fricción semántica entre algunos lectores y la barrera de entrada al texto, el título. Por ello, Pilar Mañas opta por un título alternativo que pierde precisión: Amor entre el heno. En este, ya no podemos visualizar los grandes montones que nos evocan «-stacks» y «almiares», pero se asegura de una comprensión total. Yo me decanto por la primera opción por un simple afán de romanticismo lingüístico. ¡Además, al lector tampoco se le debe tratar de tonto! Respecto a las flores, D. H. Lawrence menta tres especies silvestres diferentes: «meadow-sweet», «bell-flowers» y «ragged robin». Como podréis apreciar, no utiliza ningún término científico y se limita a llamarlas por su nombre popular en todo momento; este hecho lo tendré en cuenta a la hora de elegir cada término en español, he optado siempre por la traducción más «de a pie», como «reina de los prados» o «flores de cuclillo». Gracias al buscador de Google, el proceso de traducir léxico especializado se ha facilitado drásticamente, pero antaño era una de las tareas más arduas de la profesión. A pesar de estas facilidades, quería hacer notar que sigue habiendo errores, casi siempre achacables a las exigencias que las editoriales imponen en este proceso. No pretendo acusar a nadie de utilizar traducción automática, y menos cuando se demuestra una creatividad tan grande a la hora de emplear nuevas estructuras sintácticas, pero, para hacer notar la dificultad de traducir este tipo de léxico, tomaré como ejemplo la traducción de Páginas de Espuma. Para traducir «ragged robin», emplea «zorzal andrajoso», un ejemplo claro de falta de comprensión, ya que el autor no se refiere a un pájaro desmejorado, «robin», en medio de una enumeración hablando de flores silvestres, sino a una pequeña flor con nombre compuesto. Espero les haya gustado este pequeño chascarrillo traductológico y disfruten de la lectura de esta magnífica prosa.
«Amor entre los almiares»
Maurice se preguntaba qué hacer. Vagaba inquieto entre los desiertos almiares. El calor llegaba traído por la brisa en espesas corrientes; la tarde tardó en enfriarse. Decidió ir a lavarse en un abrevadero de agua cristalina que había al final del seto. Se llenaba por un pequeño manantial que se filtraba sobre el borde del abrevadero y caía hasta el frondoso seto del campo inferior. Alrededor del pilón, en el prado de arriba, la tierra era pantanosa y allí las reinas de los prados brotaban como coágulos de neblina en el crepúsculo con un olor empalagoso. La noche no cayó, pues la luna estaba en el firmamento; mientras el color ocaso se borraba de los cielos, se mantenían pálidos por una luna tenue. Las campanillas violetas del seto se tornaron negras, el rosa de las flores de cuclillo se volvió blanco desteñido y las reinas de los prados acumulaban luz como si fueran fosforescentes y embargaron el aire con su aroma.
Maurice se arrodilló en la losa de piedra sumergiendo las manos y los brazos, y después la cara. El frescor del agua le exaltó. Aún quedaba una hora hasta que llegara Paula: no se la esperaba hasta las nueve. Así que decidió darse el baño por la noche en vez de esperar a la mañana. ¿Acaso no estaba pegajoso, y no venía Paula a hablar con él? Sentía gozo por el hecho de haber tenido aquella idea. Mientras hundía la cabeza en el abrevadero, se preguntaba qué opinarían las pequeñas criaturas que vivían en el aterciopelado cieno del fondo sobre el sabor del jabón. Rio para sus adentros y escurrió su paño en el agua. Erguido en aquel rincón abandonado y fresco, se lavó de los pies a la cabeza; a plena luz del día, nadie podría verle allí, así que ahora, bajo el velado tinte gris del claro de luna, no era más perceptible que los densos mantos de flores. La noche tenía un aspecto nuevo: no recordaba haber visto aquel destello lustroso y gris antes, ni haber apreciado cuán vitales parecían las luces, como pequeños seres vivos que habitasen los espacios plateados. Y los altos árboles, obscuramente envueltos en sus mantones, no le habrían sorprendido de haber empezado a moverse y conversar. Mientras se secaba, descubrió pequeños movimientos vagarosos en el aire y sintió en los costados sus leves toques y caricias que resultaban particularmente placenteras: en ocasiones lo sobresaltaban y reía como si no estuviera solo. Las flores, en especial las reinas de los prados, lo hechizaban; trató de posar la mano sobre sus suaves texturas. Le acariciaban los muslos. Riendo, las reunió y espolvoreó sobre todo su cuerpo el cremoso polen y sus fragancias. Por un momento vaciló asombrado de sí mismo, pero la sutil luminiscencia de la oscura noche cana le tranquilizó de nuevo. Nada antes le había parecido tan personal y lleno de belleza, nunca antes había conocido el milagro de sí mismo.
«Love Among the Haystacks»
Maurice wondered what to do. He wandered round the deserted stacks restlessly. Heat came in wafts, in thick strands. The evening was a long time cooling. He thought he would go and wash himself. There was a trough of pure water in the hedge bottom. It was filled by a tiny spring that filtered over the brim of the trough down the lush hedge bottom of the lower field. All round the trough, in the upper field, the land was marshy, and there the meadow-sweet stood like clots of mist, very sickly-smelling in the twilight. The night did not darken, for the moon was in the sky, so that as the tawny colour drew off the heavens they remained pallid with a dimmed moon. The purple bell-flowers in the hedge went black, the ragged robin turned its pink to a faded white, the meadow-sweet gathered light as if it were phosphorescent, and it made the air ache with scent.
Maurice kneeled on the slab of stone bathing his hands and arms, then his face. The water was deliriously cool. He had still an hour before Paula would come: she was not due till nine. So he decided to take his bath at night instead of waiting till morning. Was he not sticky, and was not Paula coming to talk to him? He was delighted the thought had occurred to him. As he soused his head in the trough, he wondered what the little creatures that lived in the velvety silt at the bottom would think of the taste of soap. Laughing to himself, he squeezed his cloth into the water. He washed himself from head to foot, standing in the fresh, forsaken corner of the field, where no one could see him by daylight, so that now, in the veiled grey tinge of moonlight, he was no more noticeable than the crowded flowers. The night had on a new look: he never remembered to have seen the lustrous grey sheen of it before, nor to have noticed how vital the lights looked, like live folk inhabiting the silvery spaces. And the tall trees, wrapped obscurely in their mantles, would not have surprised him had they begun to move in converse. As he dried himself, he discovered little wanderings in the air, felt on his sides soft touches and caresses that were peculiarly delicious: sometimes they startled him, and he laughed as if he were not alone. The flowers, the meadow-sweet particularly, haunted him. He reached to put his hand over their fleeciness. They touched his thighs. Laughing, he gathered them and dusted himself all over with their cream dust and fragrance. For a moment he hesitated in wonder at himself: but the subtle glow in the hoary and black night reassured him. Things never had looked so personal and full of beauty, he had never known the wonder in himself before.

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