Georges Perec

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George Perec es uno de los escritores más interesantes e imaginativos del siglo XX. Su literatura bebe del juego, de las concepciones del espacio, de rescatar la memoria y evitar, haciendo grandes esfuerzos, el paso el tiempo.

“No tengo una idea muy clara del resultado final, pero pienso que se verá en él el envejecimiento de los lugares, el envejecimiento de mi trabajo y el envejecimiento de mis recuerdos, el tiempo recuperado se confunde así con el tiempo perdido; el tiempo se pega a este proyecto, constituye una estructura y su restricción; el libro no es la restitución de un tiempo pasado, sino una medida del tiempo que fluye, el tiempo de la escritura”.

Nací (Pág 53)

Perec también es uno de esos autores cuya biografía es imprescindible para comprender su obra. Nace en Francia, el seno de una familia obrera de judíos polacos, a los cuales olvidó. Él murió en el frente, ella en la cámara de gas cuando el autor era solo un niño. Sus tíos paternos lo acogieron en su casa, en Villard-de -Lans. Le dijeron que era su hijo adoptado, le cambiaron el nombre, lo bautizaron y lo mandaron a un internado católico de varones. Por aquel entonces Perec no sabía que era judío. Tampoco que su apellido no era Perec sino Peretz.

“En ese sentido, me concierne, me fascina, me implica, me interpela, como si la búsqueda de mi identidad pasase por la apropiación de ese lugar vertedero en que unos funcionarios abrumados bautizaban nuevos americanos a pal(et)adas, como si estuviera inscrito en una historia que podría haber sido la mía, como si formara parte de una autobiografía probable, de una memoria potencial. Lo que se encuentra ahí no son en ningún caso raíces  ni huellas, sino lo contrario; algo informe, en el límite de lo inefable, a lo que puedo llamar enclaustramiento, escisión o fractura, y, que está para mí muy íntima y confusamente ligado al hecho mismo de ser judío”.

Nací

Su fascinación por la literatura empezó a una edad muy temprana. A los trece años ya había escrito una historia llamada “W” la cual le sirvió en su adultez para escribir “W o el recuerdo de la infancia”. En esta obra, Perec explica que todos los libros que leía y releía sin cesar actuaron, para él, como un “parentesco finalmente reencontrado”. En otras palabras, los personajes que habitaban los libros que le acompañaban de pequeño sustituyeron a la familia desaparecida. Quizás por ello, Perec tuvo una relación tan compleja con los finales de las novelas.

(…) Mi infancia forma parte de las cosas de las que sé que no sé gran cosa, Está a mis espaldas y sin embargo es el suelo sobre el que he crecido, me ha pertenecido, cualquiera que sea mi empeño en afirmar que ya no me pertenece. Durante mucho tiempo he intentado ocultar o enmascarar estas evidencias encerrándome en el estatuto inofensivo del huérfano, del no engendrado, del hijo de nadie. Pero la infancia no es nostalgia, terror, paraíso perdido ni Toisón de Oro, sino quizás horizonte, punto de partida, coordenadas a partir de las cuales podrían hallar sentido los ejes de mi vida.

W o el recuerdo de la infancia

A los dieciocho ya había afirmado en varias ocasiones que su verdadera vocación era ser escritor. Leyó fervientemente a Kafka, Borges, Joyce, Verne, Leiris y Flaubert.

Estudió sociología en La Soborna, a la vez que se matriculó en Historia, carrera que abandonó a los dos años. A los 19 años publica su primera crítica literaria en La Nouvelle Revue Française. Desde entonces escribió con frecuencia ensayos y reseñas en prensa y otras revistas especializadas. Trabajó como bibliotecario durante toda su vida hasta que la literatura le dio de comer.

Ingresó oficialmente al grupo Oulipo («Ouvroir de littérature potentielle», en español «Taller de literatura potencial»)​ en 1967 en un tiempo donde prevalecía el nouveau roman y el existencialismo sartreano.

En este grupo, fundado en 1960 por Raymond Queneau y François Le Lionnais, se buscaba explorar y expandir los límites de la literatura a través de la imposición de restricciones formales, bebiendo así de otras disciplinas como las matemáticas, la lógica o el ajedrez.  Las restricciones formales podrían ir desde emplear reglas simples como prohibir el uso de una letra en particular hasta técnicas más complejas basadas en patrones matemáticos. La literatura potencial buscaba paliar la angustia del escritor ante la página en blanco, ofreciéndole maneras divertidas de abordar la creación literaria.

A través de este grupo, Perec desarrolló su pasión por los juegos de palabras, lipogramas, anagramas y rompecabezas. Es autor del palíndromo (palabra, número o frase que se lee igual adelante que atrás) más largo escrito en idioma francés, terminado en 1969 y conformado por 1300 palabras.  

Otras aficiones

Perec también se interesó en el cine. Sus primeros intentos de proyectos cinematográficos datan al menos de 1962.​ Su primera película, Un homme qui dort se basó en su novela homónima Un hombre que duerme. Obtuvo el Premio Jean Vigo en 1974.

“Algo se rompía, algo se ha roto. Ya no te sientes – ¿cómo decirlo? – sostenido: algo que, te parecía, te parece, te ha confortado hasta entonces, te ha alegrado el corazón, el sentimiento de tu existencia, de tu importancia casi, la impresión de estar adherido, de nadar en el mundo, de pronto te abandona”.

Un hombre que duerme

Muchos dicen que su literatura es extraña; una obra donde se le da prioridad al estilo sobre la trama. Algunos apuntan que quizás sea el escritor más original del siglo XX, el más vanguardista, que pugna por dejar pequeños a Joyce y Cortázar, gracias al alcance de su experimentalismo. Probablemente por eso no es un autor de masas, sino de fanáticos, seguidores y expertos.

“A veces, hubiesen querido que todo durara, que nada cambiara. No tendrían más que abandonarse. Su vida los merecía. Se extenderían al hilo de los meses, a lo largo de los años, sin cambiar, casi, sin forzarlos nunca. No sería más que la sucesión armónica de los días y las noches, una modulación casi imperceptible, la repetición incesante de los mismos temas”. 

Las cosas

Ahora bien, más allá de las proezas lipogramáticas, de los juegos con el lenguaje, y de haber escrito una novela sin la letra “e” –la más frecuente en francés-, quizás lo que a una le llega, lo que a una le emociona, es su monumental proyecto autobiográfico basado en algo así como una subversión del yo.  

Perec nunca habla del yo, de su yo, sino de aquellos lugares y objetos relacionados y empapados de su propia experiencia; en síntesis, la materialidad de los días. De literatura emerge un nuevo concepto de narración donde quedan extintos los límites genéricos, y plantea una suerte de realismo a ultranza que supera los límites de la mera realidad transformándola en algo extraordinario, reificado.

Llegamos así a un nuevo concepto de literatura autobiográfica que pretende paliar la monotonía que provoca la autonarrativa, la crónica autocentrada, y  permite concebir  una nueva mirada sobre los datos que aportan la vida cotidiana y la historia común.

“Los problemas de mi interioridad me dejan un poco frío o, para ser más exacto, no soy capaz de considerarlos verdaderos puntos de partida, de hecho, me parece que ya no espero gran cosa del relato, que tenía, que tengo necesidad de ver más allá”.

Nací

Su obra también se centra constantemente en la recuperación de la memoria que la historia le obligó a perder, su herencia envenenada. Perec optó por escribir sobre los lugares comunes y los no-lugares, por la pérdida de la infancia, por el olvido, por las pequeñas cosas, él, que era un espíritu de pequeñeces, un coleccionista.

“Me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles, intangibles, intocados y casi intocables, inmutables, arraigados; lugares que fueran referencias, puntos de partida, principios (…) Mis espacios son frágiles: el tiempo va a desgastarlos, va a destruirlos: nada se parecerá ya a lo que era, mis recuerdos me traicionarán, el olvido se infiltrará en mi memoria, miraré algunas fotos amarillentas con los bordes rotos sin poder reconocerlas”.

Especies de espacios

Fue amigo de Roland Barthes y Henri Lefebvre. Hicieron un proyecto juntos.  Escribió ensayos, escribió poemas, escribió guiones, dirigió películas.

Decía que sus libros eran formas de interrogación: cómo observar lo cotidiano, cómo contarse a sí mismo, cómo narrar historias, cómo jugar con el lenguaje (palíndromos, lipogramas, acrósticos, anagramas, palabras cruzadas).

“Nada más plantearse, la interrogación parece no tener más efecto que el de destruir: al buscar la verdad, la prueba, el que pregunta no encuentra más que la duda. Y por otra parte, ¿cómo interrogar cuando el yo que interroga ni siquiera está completamente seguro de existir”

Nací

“El libro es la huella de esa búsqueda infructuosa bajo la que aparece en forma de filigrana el recorrido de la escritura en busca de su verdad; un juego con unas reglas muy sencillas, pero en el que la partida resulta desesperadamente complicada”.

Nací

El 3 de marzo de 1982 muere tras enfermar de cáncer. El 7 hubiera cumplido 46 años.

Su legado

Influyó a grandes escritores posteriores como a Italo Calvino, el cual dijo de él que “Perec es una de las personalidades literarias más singulares del mundo”.  El escritor chileno Roberto Bolaño, en una carta dirigida a Enrique Vila-Matas, escribió que “Georges Perec es, sin suda, el novelista más grande de la segunda mitad del siglo XX”. Este último declaró que “entre los libros que me cambiaron la vida estuvieron siempre los de Perec. Recuerdo haberlos leído con fascinación”.

Perec escribió sobre muchas cosas, decía que escribir era “tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos”.

Por ello he dejado aquí fragmentos de sus obras, para que se sobrevivan a sí mismas, para que no queden abandonados en el olvido, y así, no tener que atragantarme con finales.

“Pero aquellas imágenes centelleantes, todas aquellas imágenes que llegaban a tropel, que se precipitaban ante ellos, que fluían en una riada tumultuosa, inagotable, aquellas imágenes de vértigo, de rapidez, de luz, de triunfo, les parecía primero que se enlazaban con una necesidad sorprendente, según una armonía sin límites, como si ante sus ojos maravillados se hubiese alzado de pronto un paisaje acabado, una totalidad espectacular y triunfal, una completa imagen del mundo, una organización coherente, que, por fin, podrían descifrar. (…) El mundo iba hacia ellos, ellos salían al encuentro del mundo, no paraban de descubrirlo. Su vida era amor y embriaguez. Su pasión no conocía límites, su libertad ignoraba la coacción”.

Las cosas

  • Quiero dedicarle este texto a Elvira Galera, que me ha introducido tras meses de insistencia en este increíble autor. Sin ella este artículo nunca hubiese sido escrito.

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